Susana Gisbert. /EPDA La semana pasada el viernes no fue cualquier viernes. No, al menos, según muchos medios de comunicación y empresas que venden todo tipo de cosas. Porque el viernes era el dichoso Black Friday.
La verdad es que pronunciado en inglés no suena mal, quizás por eso es así como se refieren a él. Pero en castellano suena horrible. Porque en nuestra cultura ese adjetivo suele referirse a cosas negativas. Y cuando alguien tiene un día negro, un mes negro o un año negro suele querer decir que ha tenido una época espantosa.
En Estados Unidos, de donde viene la celebración -como tantas otras- parece que lo de viernes negro también empezó con una connotación negativa. Aludía a un colapso de tráfico que se originó por la coincidencia de un partido de fútbol americano y las compras para el Día de Acción de Gracias. De ahí pasó a generalizarse y, finalmente, a relacionarse con las compras.
A nadie se le escapa que todo esto es muy americano Porque aquí no celebramos Acción de Gracias, ni salimos a hacer compras ese día, ni mucho menos hay encuentros de fútbol americano que colapsen nada. Aquí somos más de dejar las compras para el último día antes de Reyes -o de Santa Claus, otro extranjero adoptado- y de no mezclar churras con merinas, o sea, fútbol con cualquier otra cosa.
Así que aquí no tiene mucho sentido lo del Black Friday, pero nos hemos lanzado a ello como si no hubiera un mañana. O más bien, nos han lanzado, y nos hemos dejado llevar. Porque cualquier excusa es buena para despertar nuestra ansia consumista y, por supuesto, aprovecharse de ella. Aunque los supuestos descuentos fabulosos no sean tales, y vengan precedidos de un aumento desproporcionado de pr4ecios justo antes -qué casualidad- del viernes de marras.
No sé por qué admitimos con esa facilidad las costumbres foráneas. No sé por qué hay que ir a comprar corriendo como pollo sin cabeza con lo fácil que es hacerlo cuando a una le viene bien y tiene tiempo. Y, sobre todo, no sé por qué tenemos que acabar comprando cosas que no nos hacen ninguna falta. Pero las campañas son tan agresivas que es difícil contenerse.
Yo esta vez lo he logrado. No he comprado nada en ese viernes negro de las narices. Y no lo siento por los comerciantes, porque compraré lo que tenga que comprar en lunes, martes, miércoles o cuando me dé la gana. Preferentemente si el calendario no me marca la fecha en negro.
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