Lute Pérez / EPDA Se ha dado un hallazgo en la celebración de la Hispanidad de este año, al margen de las declaraciones más o menos desafortunadas de algunas personas prominentes: al fin y al cabo, las declaraciones son como el ruido que acompaña a las nueces, y que se desvanece si los frutos salen buenos.
El hallazgo ha sido el vincularla a la lengua y a sus acentos, algo claro, reconocible, innegable y que nos abarca a todos a uno y otro lado del Atlántico.
El momento presente desdibuja muchas cosas, entre ellas el pasado y su interpretación: lo hecho, hecho está, con lo bueno y con lo malo, con lo regular y con los avances y retrocesos que cada pueblo sufre al encontrarse, y a menudo enfrentarse con otro.
No somos los mismos de hace 500 años: no pretendemos serlo. Pero si algo puede celebrarse en una ocasión como la Hispanidad es que el mundo se ensanchara, y lo hiciera en una lengua, el español, con un eje que aún continúa vivo y vibrante, con la posibilidad de comunicarse, de cantar, de crear obras y tender puentes, y de lograr que las emociones, las órdenes, el conocimiento y los hechos se volvieran, de pronto, transparentes en torno a un idioma común.
Se canta en los dos continentes en un mismo idioma, se compone poesía y se crea pensamiento enriquecido con el habla local, se combinan vocablos como se incorporó la riquísima flora, alguna de ella comestible, a Europa, y la fauna, alguna de ella utilísima, a América. El idioma no ocupa lugar en un viaje ni debería generar hostilidades ni demandas de superioridad. Allana caminos y une voluntades.
Con él se permite suavizar escollos y asperezas que aún hoy sirven como armas arrojadizas, y que podrían solventarse con palabras, algunas de ellas complicadas: pedir perdón no cuesta nada, y cuesta mucho. Abandonar los reproches significa en ocasiones renunciar a posiciones sólidamente arraigadas y de las que se extraen evidentes beneficios.
De todo esto y de muchas otras cosas debe y puede hablarse: pero mientras se solucionan los malentendidos, celebremos este idioma, este día y este encuentro. Sin ser sus protagonistas, nos hemos convertido en sus herederos.
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