Susana Gisbert.Hoy
no voy a hablar de temas de actualidad. O no, al menos, de actualidad
general, aunque el tema pueda ser actual hoy y siempre. O debiera
serlo
Esten
fin de semana me subí a un escenario para bailar ballet, una de mis
pasiones. Hacía más de treinta años desde la última vez que lo
hice. Treinta años, dos hijas, varios kilos, muchas hormonas y una
pandemia, vacuna incluida, nada menos. Y la magia seguía allí, tal
como la había dejado.
No
era una gran premier, ni un teatro gigantesco ni conocido, pero eso
no importa. Era el pequeño teatro de un colegio donde se
representaba la función de la academia de baile donde recibo clase
desde que, hace un par de años, decidí volver a calzarme las
zapatillas de ballet.
Cuando
nuestra profesora nos planteó a mis compañeras y a mí salir en el
festival, dudamos poco en decir que sí. La ilusión nos invadió.
Tiempo de preparación, entre ensayos, búsqueda de vestuario y de
todos los detalles, con los inconvenientes de la dichosa pandemia,
como mascarillas y toque de queda. Adelante con todo.
Pero,
conforme llegaba el momento, entraban las dudas, el miedo y los
convencionalismos. ¿Por qué me metería yo en este lío? ¿Qué
pinto yo, a mi edad, sobre las tablas, con mis mallas y mis
zapatillas? Y, por supuesto, la tentación de salir corriendo empezó
a hacerse grande.
Por
suerte, no sucumbí a esa tentación. No me lo hubiera perdonado ni
por mis compañeras ni por mi profesora, pero, sobre todo, por mí.
Me hubiera perdido la magia.
En
mi caso he de confesar que tenía una motivación extra. Mi profesora
es, además, mi hija, que se ha convertido en una gran profesional de
la danza, y por nada del mundo la hubiera decepcionado. Pero es que,
además, ella bailó una de las piezas con nosotras. Y tenerla al
lado, bailando conmigo, haciendo los mismos pasos y sintiendo la
misma música, es algo que es difícil de describir con palabras, por
más que esté intentando hacerlo en estas líneas.
Ya
sé que este no es un artículo de opinión, que posiblemente ni
siquiera podría considerarse un artículo, pero no podía dejar de
compartirlo. La felicidad es un bien difícil de encontrar y creo que
haber vivido ese instante de felicidad total merece ser generosa y no
guardármelo para mí sola. Por cursi que parezca
Ojalá
haya sabido transmitir esa sensación maravillosa. Ojalá haya
conseguido que la magia atraviese mi teclado y traspase las
pantallas. Ojalá pueda compartir más momentos así.
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