Laurence Lemoine
Chicos, ¿Cómo lo llevamos?
Jode un poco mucho todo esto ¿verdad? Pues ¡claro que sí! No sé a vosotros, pero
a mí el coronavirus ya no me está gustando mucho. Al inicio, debo confesar que
no me daba tanto miedo ni afectaba demasiado a mi día a día. El bicho estaba
allí en China, confiaba ciegamente en la competencia de los científicos e
incluso de los políticos (hay que ser idiota ¡¿eh?!), y tampoco tenía tiempo
para pensar con la vida tan ajetreada que llevaba.
En realidad, empecé a
preocuparme cuando los chinos levantaron el hospital gigante de Wuhan en 10
días. Esto fue para mí la prueba de que algo serio estaba pasando. Luego,
leyendo y escuchando a millones de personas, todos médicos, científicos,
especialistas, políticos, epidemiólogos, virólogos, biólogos, y expertos, me di
cuenta de que había millones de ideas, de certezas, de interpretaciones, de
opiniones, de afirmaciones y predicciones sobre el tema.
Lo mismo en mi
círculo; mis amigos y conocidos, tanto en España como en otros países (desde
luego mi agenda ilustra perfectamente lo que es la mundialización), cada uno
tenía una opinión sobre nuestra situación. Alucinaba que, teniendo más o menos
todos acceso a la misma información (mejor dicho a una avalancha de
información y desinformación), podíamos pensar y actuar de maneras tan
distintas.
Me sorprendía ver, ya a principios de febrero, a un amigo mudarse a un
pueblecito perdido en la montaña para ponerse en cuarentena cuando nadie aquí
se planteaba ni que a lo mejor habría que suspender las Fallas. Vi a amigos
asustados, y previsores a la vez, hacer acopio en el super, semanas antes de que
se declarase el estado de alarma. Otros cancelaban sus viajes, otros compraban
mascarillas, guantes y geles mientras que los demás se iban a las mascletás.
Era cuando había opción, claro. Cuando según el prisma de cada uno, se podía
actuar de una manera o de otra.
Ahora lo que marca la diferencia es nuestra
fuerza interior. Es verdad que no somos del todo iguales a la hora de vivir
este confinamiento: no sólo por si estamos en una mansión de 400 metros cuadrados en plena
naturaleza o en un pisito de 60 metros, pero también y sobre todo, por nuestra
manera de manejar los miedos y la incertidumbre, por nuestra aptitud de adaptarnos a un cambio drástico, de sacar alegría cuando cuesta más y de optar
por el optimismo cuando se contagia con más facilidad el pesimismo.
Si, efectivamente, esta crisis nos
permite (perdón, nos obliga) a detenernos para poder pensar, pues hay que
aprovecharla porque, seguramente, tenemos que recapacitar de manera colectiva e
individual : ¡mirad si tenemos temitas de reflexión,y
tiempo para hacerlo!
A ver, el tema de la salud por supuesto y de nuestra
vulnerabilidad, de los verdaderos héroes que son los que trabajan en los
hospitales, de la lacra de los fake news, de la familia, de la fe,
de la felicidad, de la responsabilidad, o falta de responsabilidad mejor dicho,
de los que nos gobiernan, de nuestro modelo económico, de nuestra manera de consumir,
de repartir, de ayudarnos, etc. ¡La lista es larga !
A parte de reflexionar, podemos también relativizar
: nuestros abuelos fueron llamados para ir a la trinchera y a nosotros nos
piden quedarnos en el sofá. Y en las trincheras os aseguro que no tenían ni
Netflix, ni WhatsApp, ni siquiera papel higiénico. Aunque dure 4 o 6 semanas más y
asuste un poco el panorama, nunca se debe perder ni la esperanza, ni el sentido
del humor, ni la
paciencia, ni
siquiera la sonrisa. ¡Ánimo chicos que podéis !
*Directora de www.valencia-expat-services.com
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