Ana Calonge/ EPDANuestros bosques arden y en esto todas y todos coincidimos: los bosques arden y la rabia prende y se apodera de nosotras. El miércoles por la noche las llamas de Bejís y de la Vall d'Ebo llegaban a Valencia en forma de humo, ceniza y olor. Un olor, el olor a monte quemado, que nos pone la piel de gallina a quienes defendemos que tenemos que cuidar los montes y que debe haber una política rural fuerte aquí, en Castilla, en Francia y en todos los rincones de este verde planeta que nos acoge.
En la ciudad no somos ajenas al vaciamiento de los pueblos y al abandono de muchas formas de vida rural por las presiones sobre quiénes allí viven, producen y trabajan. Son presiones silenciosas y que muchas y muchos que estamos en la ciudad conocemos porque muchas y muchos vivimos en la ciudad pero somos descendientes de gentes rurales que un día emigraron, o que en un momento dado nos tocó emigrar. Cada cual aquí tiene su historia, la historia de su pueblo.
No somos ajenas a esas presiones, presiones invisibles pero reales: empleos precarios, a menudo sin cotizaciones, explotaciones agrícolas que rentan cada día menos, déficit de servicios públicos, baja natalidad y envejecimiento, pocas, viejas y malas infraestructuras... Presiones lentas pero brutales que ahogan lo rural y a las personas que lo habitan. Y poco a poco lo rural languidece, las personas ancianas mueren y la juventud se marcha. Y por los caminos cada día transitan menos personas con el digno sudor de su trabajo mezclado con el polvo de la tierra y las manos llenas de callos de azada y azadón.
El calor aprieta, poco cae del cielo y el agua mengua. La tierra se abre, se hace costra y se hace difícil vivir de ella. La vid apenas saca uva, la oliva queda pequeña, las flores se secan de calor y en invierno se hielan las flores del almendro... Y cada día menos gente cuida el monte porque nadie les cuida a ellas y ellos, y quién dice cuidarlo, quién se pone la medalla, a menudo esconde en la sombra ayudas millonarias por tierras que no labra o una macro explotación de miles de cerdos contaminando con su purín las aguas subterráneas que nos dan de beber y que más abajo riegan otros campos. No a las macro-granjas, sí al pequeño ganadero (dicho queda).
Dos son los problemas fundamentales que avivan las llamas y ninguno es la limpieza de los montes por muy socorrido que sea referirse a ello como la causa principal del fuego. El primero es el cambio climático y la sequía, y esto, sin duda, es lo que se nos viene encima y para la que vamos tarde y despacio. Hay que dejar ya las chanzas y las bromas y tomar medidas públicas, colectivas e individuales para detener el cambio climático. Y esto no tiene porqué ser un sacrificio sino una oportunidad. Habrá quien piense que "estos de ciudad..." Habrá quien piense que "los científicos desde sus despachos lo ven fácil..." Dejémonos de tonterías, trabajemos juntas y juntos con decisión.
Otro problema es que los montes no son rentables. En la era del capitalismo más salvaje cuidar los montes, cuidar los precios que se pagan en el campo, cuidar los servicios que se prestan en los pueblos... en tiempos de capitalismo salvaje cuidar todo esto no renta porque renta más la naranja de Sudáfrica. Hemos de mirarnos al espejo y hemos de mirar al futuro, en la ciudad y en el campo, todas y todos juntas como una sola, porque vivimos en el mismo país y hemos de afrontar con seriedad el cuidado del conjunto.
Esto no va de unos contra otros, ni de ciudad contra pueblos; esto no va de que los ecologistas son el enemigo o que los científicos no saben lo que dicen porque no están ahí pasando el arado. Cada cual sabe de lo que sabe, cada cual su granito de arena, cada cual, respetando los saberes del otro, y llegaremos lejos y cuidaremos más. Que el futuro sea del color del fuego o del verde de nuestros montes pasa por entender esto: todas y todos juntos, cuidar la tierra, cuidar la gente y afrontar con valentía pública, colectiva y personal la tarea que nos viene. Sólo así el verde vencerá al fuego.
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