Nada hay en el entendimiento que antes no pase por los sentidos, dice un axioma filosófico muy antiguo. Las ideas proceden de las imágenes, tienen su origen en el conocimiento sensible. Nuestro conocimiento intelectual nace de la reflexión sobre las imágenes. Sólo el hombre tiene conocimientos universales y sólo el ser humano goza de libertad. 
La raíz de nuestra libertad es el hecho de no estar determinados. Cosa que no ocurre en los animales. Los animales vienen al mundo pertrechados con un imponente arsenal de instintos, gracias a los cuales se adaptan a su medio natural. Su vida está, en cierto modo, prefabricada. Nacen sabiendo lo que tienen que hacer, nacen con conducta, conducta de carácter mecánico. Su modelo de conducta es estímulo – respuesta. El modelo del hombre es muy diferente. Entre el estímulo y la respuesta está la libertad. El hombre es el único ser de la creación que nace sin conducta. Es libre, pero no sabe lo que tiene que hacer. Día a día tiene que crear su propia conducta, merced al privilegio de su libertad. Esta es la gran aventura del ser humano: una existencia consciente en progreso continúo de realización.
El pensamiento, privilegio exclusivo del hombre, tiene que regularse. No es suficiente con pensar, hay que aprender a pensar. Hay algo fascinante en el hombre: es el único ser de la creación capaz de crear un universo al margen de la realidad. Nuestras percepciones son en buena medida construcciones propias y no meros reflejos de lo que hay fuera de nuestra mente. Los colores, por ejemplo, no son una propiedad real de las cosas, son cualidades que produce y fabrica el cerebro al ser estimulados sus receptores por ondas electromagnéticas de cierta longitud. Las cosas no son como son, sino como nosotros las percibimos. Un filósofo antiguo decía que el hombre es la medida de todas las cosas.
Hay un axioma filosófico que nos dice que todo lo que se recibe, de acuerdo con la forma del recipiente se recibe. Y es cierto. Pongamos varios valdes de formas geométricas distintas. La lluvia los plena y observamos que el agua adopta la forma de los recipientes. De igual modo, todo lo que nos llega se adecúa a nuestra forma de ser. La realidad no es percibida igual por todos. Cada hombre construye su propio mundo. Imaginad un día de primavera, hermoso y agradable. Si ese día tenemos que satisfacer un préstamo bancario y no disponemos de la cantidad, ese día es para nosotros el peor. Y si el día es invernal, frío, lluvioso y bajo cero, pero hemos acertado un buen pellizco en la lotería, tal vez lo consideremos el mejor día del año.
Muchas veces encontramos más cómodo dejarnos llevar y engañar por discursos ajenos; preferimos no pensar; nos es más fácil seguir la corriente; es más placentero hacer lo que otros hacen. Pero ser nosotros mismos, reflexionar, pensar, no es un ejercicio cómodo.
Esta psicología humana la tienen muy en cuenta los partidos políticos. Emplean el método de la complacencia. Transmiten en sus mítines estímulos agradables, incentivos ilusionantes, un mundo ideal. Y al mismo tiempo presentan los “dobermans” del contrario, causantes de nuestras desgracias y enemigos de nuestra felicidad. Los políticos conocen bien la estructura psicológica del ser humano. Ellos saben muy bien qué estímulos y qué incentivos deben transmitirse para captar la voluntad de los oyentes. Todo hombre agradece oír aquello que desea oír, al igual que reacciona contra el que se opone a sus aspiraciones, rompe sus sueños y pone obstáculos a su vida. Hay políticos, que en línea con esa psicología humana, ofrecen pan y circo; predican un mundo, que no es ni mucho menos reflejo de la realidad.
Debemos con la reflexión y la verdad alcanzar un mundo propio, ser nosotros mismos, analizar los mensajes que nos llegan y decidirlos con nuestra propia personalidad. Nietzsche decía que hombre quiere decir pensador. Debemos romper con habilidad las telarañas del engaño. Sepamos que la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero, y la mentira es siempre mentira, aunque nos la den envuelta en rosas y nardos. A algunos, como decía Demóstenes, les molesta que tengamos la lámpara encendida. No permitamos que soplen sobre ella y arrojemos lejos de nosotros las falsedades y los “dobermans”. La verdad es conquista humana. Nadie la tiene en exclusiva. Nuestro ejemplo es Galileo. Contra todos y, a punto de ser quemado vivo, prefirió afirmar la verdad… Y a punto estuvo de dar con sus huesos en la hoguera.
Pero… ¡Galileo tenía razón!									
                        
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