Andaba el año 2000 cuando
quien esto escribe empezara a frecuentar las vecindades de la Facultad de Historia,
con carné de residencia a falta de patria libraria en la hoy Biblioteca de
Humanidades Joan Reglà, entonces Escuela habitada extrañamente en las afueras
de la comunidad alumnaria por bancos de madera hambrientos de barniz,
cuarentones de tanta posguerra y ascensores que sólo eran peldaños de
escaleras que subir.
Desde la escalera con arco
y portera muy lectora se ascendía hasta el primer piso que era el trasero que
daba y da a la calle Artes Gráficas para llegar a la clase coronada por dos
puertas que eran un triunfo sincero de la ebanistería para en su interior
esperar a Pere Pau Ripollés y escuchar sus clases de Patrimonio y Museo
Arqueológico, y también de numismática en el mundo clásico.
En aquel edificio, abierto
por más matorrales que flor y hoy de cristal y olor de libro y filtro de
manuales, Pere Pau daba sus clases, llegando a ellas desde su despacho, pequeño
para persona tan sabia ; y bajaba en el ascensor que era un ultraje para la
tecnología desde el Departamento de Antigua que por lo viejo que estaba en sí
parecía un verdadero yacimiento de los que allí tanto se trataban.
Desde aquel punto y bajando
otro más se iba a la biblioteca que era más un acto de beneficencia por lo
reducida y pobre que estaba con dos ordenadores de aquellos de barriga
trasera y dos fotocopiadoras enormes de tarjeta a la trágala, de a cinco
céntimos la hoja y mucho paseíllo. Ya en la planta baja cuya puerta principal
daba a Blasco Ibáñez se pasaba a la cafetería - era más grande que la
biblioteca-, lugar que era el santuario más venerable de tan fuerte y
desgastada plaza.
Desde allí y cruzando más
mesas que sillas se iba a la antedicha Escuela, punto donde cada martes Pere
Pau nos instruía sobre numismática antigua. Ocurrió un día que dando la numismática
en España, estuvo a punto de pronunciar tal palabra “…Esp…”.
Ahí se detuvo, mirando a
los de la primera fila que eran lo más florido del Palleter con estelada “ i
espardenyes d´espart” aunque vivieran en la calle Jesús. Se paró a punto de
pronunciar la palabra España y aquél, para evitar el peligro de la queja,
acabó diciendo: “…Esp….bueno, la Península ibérica menos Portugal”.
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