Carlos Gil. Se acaba la campaña. Sin embargo, pocos se aventuran a decir que el 10-N podrá resolver
alguna cosa. Los bloques son los que son y el tradicional “pactómetro” apenas se mueve porque lo que unos ganan, y otros pierden,
se acaba equilibrando siempre en el mismo lado de la balanza.
No voy a echar la culpa a que la “campaña electoral” haya sido más corta que en cualquier otra convocatoria. Realmente, España vive una permanente campaña electoral que es la principal responsable del cansancio ciudadano que se está evidenciando estas semanas. Que un país identifique a sus políticos como segundo problema, en orden de importancia, es, ya de por sí, muy grave.
La confianza se ha ido perdiendo con el avance del periodo democrático y, como se ha podido comprobar, la aparición de nuevos partidos no
ha resuelto, para nada, esa merma de confianza ciudadana. Si algo evidencian las encuestas previas a la convocatoria del domingo es que el bipartidismo no está muerto. Es cierto que tuvo un pequeño constipado, pero su recuperación está siendo, diría yo, rápida.
Las fuerzas políticas emergentes demuestran, a la primera de cambio, no tener fondo de armario para soportar una trayectoria a medio plazo.
Podemos, que apareció como el salvapatrias definitivo, tocó techo a los pocos meses y todo hace pensar que el rebote, a la baja, puede resultar
significativo a poco que el PSOE se quite de enmedio a Sánchez y recupere la credibilidad de la izquierda moderada. Por mucho que se le quiera
cambiar el nombre, lleva el mismo camino que siguió Izquierda Unida desde el comienzo de la democracia hasta su desaparición integrándose,
precisamente, en Podemos.
Vox sigue ahora un camino similar. Un crecimiento por descontento, muy alimentado por la situación generada en Cataluña. Si será capaz de
consolidar los resultados que las encuestas les dan o no, lo sabremos el domingo por la noche, pero no deja de ser cierto que su llegada al Congreso, en las elecciones de abril, fue espectacular y se acabó leyendo como una derrota vistas las previsiones que las encuestas ofrecían.
Y con Ciudadanos me pasa al revés. Es cierto que los bandazos entre el “no a Sánchez” y el “bueno, igual podemos pactar con el PSOE después
del 10-N” no gustan a un electorado que aspira a tener las cosas claras, pero tampoco me creo que el resultado sea tan malo como se vaticina.
Y mientras esa fragmentación se mantiene, Sánchez sigue creyendo que es posible pasar otros seis meses en la Moncloa, aunque sea escondiendo la cabeza bajo la arena ante cualquier peligro y dejando al país a los pies de los caballos.
Mientras le dejen viajar a Valladolid en avión y salir guapo en las fotos, lo de gobernar queda como un aspecto secundario. La lástima es que España, ni por dentro ni por fuera, está para aventuras personalistas y, o nos lo tomamos en serio, o acabaremos igual o peor de cómo nos dejó Zapatero.
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