Cartel
Chelo Poveda. EPDA. "No olvidéis jamás que bastará una crisis política,
económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser
cuestionados…" nos advertía Simón de Beauvoir para después recordarnos que esos
"derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda
vuestra vida", es decir, siempre tendremos que luchar. Una crisis sanitaria ha
servido de pretexto para sufrir, de nuevo, la pérdida de derechos en todos los
sentidos (sociales, económicos, laborales…).
Nosotras, sobre quienes todavía pesan las cargas de las
fundamentales tareas de cuidados, hemos estado en primera línea, en el trabajo
y en el hogar. Los cuidados remunerados, fundamentalmente feminizados y
estructuralmente precarizados, nos han situado directamente frente a la enfermedad
y la muerte: médicas, enfermeras, cuidadoras, limpiadoras; nos han situado en
primera línea frente al caos en las cajas de los supermercados y demás
comercios esenciales.
Por otro lado, los cuidados no remunerados, los del hogar y
la familia, han impactado con dureza en las mujeres teletrabajadoras. Las
consecuencias: multiplicidad de tareas, mayor dedicación diaria que sus
compañeros hombres y la confusión de los tiempos de trabajo y cuidados. En los
casos de familias monoparentales, que debiéramos denominar monomarentales pues
nosotras somos fundamentalmente quienes las constituimos, la situación fue
todavía más grave: teletrabajo, menores y clases on-line, ir a la compra,
cocinar, planificar, vestir, lavar, educar y querer todo a la vez. Las mujeres
con hijos a su cargo teletrabajan solo un tercio de su jornada sin ser
interrumpidas y emplean 1.7 horas más que los padres en las tareas domésticas.
Los cuidados, tanto dentro como fuera del hogar, no son una actividad neutra y
libre de sesgos, más bien al contrario, son en nuestras espaldas de mujer sobre
las que recaen esas tareas y las expectativas sociales de realizarlas. A la
espera de la corresponsabilidad; trabajamos por alcanzarla.
A ello hay que sumarle la estructural brecha salarial, las
jornadas más reducidas, (por obligación o porque no hay otra salida) y las
cotizaciones más bajas que luego se traducen en pensiones más bajas. Ante las
crisis y los cuidados somos nosotras las que nos acogemos a las jornadas
reducidas (el 94% de las jornadas reducidas por cuidados somos mujeres) y las
excedencias, es decir, nos devuelven al lugar que al capital y al patriarcado
les interesa: al hogar y a las tareas de reproducción social no remuneradas. Se
sigue priorizando el trabajo masculino: ellos continúan trabajando, ellos
aprovechan el cuarto libre para el despacho mientras nosotras utilizamos
espacios compartidos o directamente renunciamos y abandonamos el trabajo para
cuidar porque a menudo nuestro trabajo está peor pagado.
El rostro de la mujer continúa siendo el de la precariedad y
la pobreza. Zancadilla tras zancadilla, golpe tras golpe.
La llama de las palabras de Beauvoir, escritas al calor del
siglo XX, sigue ardiendo porque a nosotras nos siguen matando. Arden porque la
realidad quema, abrasa, corroe. Durante la pandemia, especialmente durante los
confinamientos, la violencia física disminuyó. Los maltratadores aumentaron el
control. Confinadas con el maltratador, encerradas con la bestia y el verdugo.
Control absoluto de nuestros cuerpos y nuestra psique. La violencia
psicológica, sin embargo, aumentó y así lo refleja el incremento del 59%
durante 2020 de las peticiones de atención psicológica frente al maltrato.
Después, al volver poco a poco a la normalidad, ellos
perdieron el control sobre las vidas de las mujeres y la violencia machista se
ha desatado. Los números hablan solos: 20 asesinadas en los que llevamos de año
y 3 menores asesinados por maridos, parejas o exparejas. Es insoportable. Desde
2003 han sido asesinadas por la violencia machista 1097 mujeres, más de 200
asesinatos más que ETA en toda su historia.
Y frente a esta sangrante injusticia estructural vivimos una
ofensiva por parte de la extrema derecha contra nuestras. Niegan la violencia
machista e incluso algunos curas la justifican; niegan la violencia sexual e
incluso algunos jueces la justifican; niegan y ridiculizan las soluciones
feministas; afirman que la violencia no tiene género y después piden cadenas
perpetuas para los asesinos… pero ellas y las criaturas asesinadas no vuelven a
la vida por una condena ejemplar.
Frente a esta dura realidad, soluciones feministas,
educación y conciencia. Frente a la desigualdad, frente al maltrato, frente a
la violencia y los asesinatos, feminismo, feminismo y feminismo. Estamos
cansadas, pero sobre todo estamos hartas. Hemos decidido no seguir sustentando
este sistema patriarcal, viciado y violento. El pasado viernes 12 salimos a la
calle contra la violencia vicaria; el próximo día 22 volveremos a salir bajo el
lema "Cremem el patriacat". Si como nosotras estás cansada y harta, ven a
luchar con nosotras porque juntas, sin duda, algún día lograremos que las
palabras vigilantes de Beauvoir sean solo un recuerdo de la gran lucha de las
mujeres por la libertad.
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