Héctor González
Por una vez me hicieron sonreír las palabras de Fernando
Simón, el epidemiólogo de cabecera de toda España, cuando afirmó que si no
vienen británicos y belgas a nuestro querido país, el riesgo de contagio
disminuye. Se sobreentiende que para los españoles, porque estará España menos
saturada de gente.
Y me despertaron una sonrisa porque las veo, desde su punto
de vista (el de Simón), de una lógica abrumadora en un contexto de psicosis y
de alarma (en este caso, aunque no haya oficialmente estado de alarma). Hemos
pasado de negar la mayor hasta mitad de marzo y de sufrir un ocultamiento
parcial o total de la realidad en la otra mitad del mes bautizado con el nombre
del guerrero dios romano Marte y durante abril, a asustarnos de mucho menos en
julio.
En abril y mayo las unidades de cuidados intensivos (UCIs) estaban
saturadas en una decena de hospitales de la Comunidad Valenciano. A fecha de
hoy, cuando escribo este artículo, esa situación no se produce en ninguna UCI.
Se ha pasado de instar a decenas de miles de presumibles contagiados a que
permanecieran en sus hogares salvo que les resultara imposible respirar, y sin
hacerles test, a que ahora, por fin, ya se hayan generalizado, ante cualquier
síntoma posible, esas pruebas tan conocidas en la actualidad como PCR.
Y si existen más test, lo lógico es que detecten contagios,
aunque sigan siendo, no lo olvidemos, una minoría de las pruebas realizadas, ya
que la mayoría continúa dando negativo. Y si hay más de dos infectados ya se
tiende a utilizar el último vocablo de moda en esta pandemia: brote. Ese
término se está convirtiendo en palabra clave en titulares de medios de
comunicación digitales y búsquedas en Google. Sobre medios, no se me olvida un reciente
titular a cinco columnas respecto a un brote en una población valenciana que en
verano supera las 150.000 personas residentes. Y ese brote, en la práctica,
consistía en tres personas infectadas. Ni más ni menos. En tres.
Creo que existe una especie de estrés colectivo, que primero
sufrimos con el confinamiento y ahora con los sobresaltos continuos que parecen
querer abocar a un nuevo encierro forzado, que nos podría rematar física,
psicológica y económicamente. Por favor, disfrutemos del verano. Con precaución,
desde luego, luciendo la más alegre de las mascarillas y moderando nuestro
contacto. Pero sin mortificarnos ni contagiarnos de otro virus también
devastador: la hipocondría.
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