Susana Gisbert. /EPDA Crispación. Una palabra que escuchamos constantemente. Y que no sé bien si es la excusa o la explicación de esa situación de ira continuada que vivimos. Un mal humor permanente que nace de la vida pública y se traslada al ámbito privado como si fuera lo más normal del mundo.
Según el diccionario de la Rae, crispación es “acciónyefectodecrisparocrisparse” y, a su vez, “crispar” de define, en su segunda acepción, como “Irritar o exasperar a alguien”. O sea, lo que en román paladino es cabrear a alguien hasta sacarla de quicio. Ni más ni menos.
¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? Pues la verdad es que podríamos utilizar el viejo dicho de “entre todos la mataron y ella sola se murió”, pero lo bien cierto es que una multiplicidad de factores nos ha conducido a este estado, nada recomendable para nuestra salud, como personas y como sociedad.
No voy a buscar culpables. Todos han aportado su granito de arena para que la escalada de violencia verbal -y hasta de otros tipos- y de utilizar el “y tú más” y la táctica del ventilador como modo de conducirse. Desde la clase política, más preocupada de destruir que de construir, hasta los medios de comunicación, ávidos por ofrecer la noticia más escandalosa en el tiempo más rápido, se ha creado un ambiente irrespirable. Pero tampoco hay que exonerar de culpa a la sociedad. No somos capaces de decir “basta”, de negarnos a consumir estos contenidos o de decir que este no es el camino que queremos recorrer.
Sucede en nuestro país y sucede en el mundo. Un mundo en el que nos hemos acostumbrado a ver cada día imágenes de guerras, mucho más cercanas de lo que nunca hubiéramos creído, y quedarnos como si tal cosa. Como si fuera algo inevitable.
La vida tiene muchas cosas hermosas para vivir como para estar en situación de permanente cabreo. Y hay, desde luego, muchas cosas que hacer para mejorar la sociedad más allá de enviar dardos envenenados al contrario, Porque, aunque suene a tópico, la violencia, aunque sea verbal, solo conduce a la violencia. Y la violencia nunca trae nada bueno. Ni para quien pierde, ni tampoco para quien gana.
Tendríamos que hacérnoslo mirar. Los músculos de la cara necesarios para esbozar una sonrisa son muchos menos que los que requiere un gesto de ira. Sin embargo, nos esforzamos mucho más en lo segundo que en lo primero. Una verdadera lástima.
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