Susana Gisbert. / EPDAEn cualquier conversación en que intervengan personas que ya tienen cierta edad -como yo misma- siempre aparece, más tarde o más temprano, un halo de nostalgia. Y ¿por qué no decirlo?, de idealización de cosas que en su día no nos parecían tan bien, como si lo que “cualquier tiempo pasado fue mejor” fuera una verdad universal.
Es cierto que hay cosas que se echan de menos. Cosas como escribir y recibir cartas. La correspondencia postal prácticamente ha muerto, salvo publicidad, cartas del banco y notificaciones oficiales.
También echo de menos escribir a mano, un ejercicio que poner en marcha las conexiones cerebrales, además de ser bonito. Y conste que no reniego de la escritura en el teclado del ordenador, muy útil para muchísimas cosas. Pedro deberíamos deja que coexistieran ambas, y no condenar la escritura manual al ostracismo conforme se deja de usar en la vida escolar.
Echo de menos, también, usar la enciclopedia para consultar datos, y también exprimirse las neuronas para recordar algo. San Google nos ha vuelto vagos y la inteligencia artificial todavía lo hará más, Y nuestras neuronas necesitan estímulos.
Y, por supuesto, echo de menos que todo el mundo supiera de qué estábamos hablando cuando aludíamos a “la peli de ayer” porque solo había una tele y veíamos lo mismo. Y no es que no me parezca bien la variedad de oferta audiovisual, que para gustos hay colores, pero aquello tenía no solo su encanto además su vertiente educativa.
En mi caso, sin embargo, no puedo echar de menos lo de jugar en la calle, porque en mi niñez en una gran ciudad eso ya no se podía hacer, pero entiendo que se eche de menos. Lo que sí me gustaría es más juegos en persona y menos en pantalla, aunque tampoco soy de las que demonicen las pantallas.
Entre las cosas que no echo de menos en absoluto están los dos rombos que hacían que me enviaran a la cama, que no se pudiera hablar con naturalidad de cosas como el sexo o la menstruación, la religión y sus dogmas a cascoporro, el oscurantismo en muchos temas, el patriarcado como modelo de vida y, desde luego, la falta de libertades, aunque la niña que fui en ese momento no sabía poner nombre a esa carencia.
Por último, podría decir que echo de monos mis amistades de entonces, pero mentiría. Porque las conservo, y sigo teniendo el mismo grupo de amigas desde mi más tierna infancia, aunque luego haya seguido tejiendo vínculos por el camino. Sé que soy afortunada por ello. Y por eso lo cuento siempre que puedo. Gracias, chicas.
SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)
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