Carlos Gil. Como
español, me enorgullece ver
como un compatriota ocupa un lugar representativo dentro de
cualquier institución
internacional. Pese a eso, debo reconocer que, egoístamente,
no me alegro del
nombramiento de Luis de Guindos como vicepresidente del Banco
Central Europeo.
No porque no se lo haya ganado, sino porque ha sido, aún lo
es, un gran
ministro de Economía, capaz de sacar a España del profundo
pozo de la crisis
económica en que lo sumieron las políticas errantes de
Rodríguez Zapatero y
porque la economía española sigue precisando de grandes
estrategas para
consolidar su recuperación.
Por
eso, me resulta tan
paradójico que sea el propio PSOE quien haya intentado vetar a
quien ha sido
capaz de dar una nueva perspectiva a la economía española y
proyectar, en
Europa y en el mundo, la imagen de España como la de un país
capaz de ponerse a
trabajar duro para superar las adversidades. Cuando de Guindos
asumió el
Ministerio de Economía, la famosa prima de riesgo se situaba
en torno a los 500
puntos. Hoy, cuando ya nadie se acuerda de esa prima, otrora
tan familiar, el
indicador apenas marca 75 puntos diferenciales respecto al
bono alemán. No voy
a caer en la tentación de que todo el mérito es del ministro,
pero es justo
reconocer que ha orientado la política económica española de
una manera
ejemplar para dejar atrás aquella oscura etapa.
Es
una lástima que alguien pueda
enorgullecerse de proyectar al exterior la misma imagen de
división que
esgrimimos cada día de puertas hacia dentro. No podemos
pretender ser un gran
país si no perdemos ocasión de echarnos tierra a los ojos,
unos a otros, a la
menor oportunidad y sin tener en cuenta quien nos está
mirando.
Por
suerte, la gran mayoría de
españoles no somos así. Hace unos años, no demasiados, todos
nos alegramos con el
gol de Iniesta, sin pensar si era del Barça, del Real Madrid o
del Cádiz. Era
un gol de España y, con él, situábamos a nuestro país en lo
más alto del futbol
mundial. Quien tenga por costumbre leer mis artículos sabrá
que, en pocas
ocasiones, pongo el fútbol como un ejemplo a seguir, pero, en
este caso, creo
que todos deberíamos sentirnos un poco ganadores cuando uno de
los nuestros alcanza
un lugar de relevancia en el panorama internacional.
Pretender
hacernos creer que su
decisión se debía a su preferencia por las mujeres para ocupar
este cargo es un
claro intento de repartir la tontería propia en cuotas iguales
para todos los
españoles, más aún cuando el candidato alternativo, al que
mostraron su apoyo,
era también un hombre y cuando, solo unos días después, ha
retirado
explícitamente su apoyo a Elena Valenciano en su candidatura a
la presidencia
del Grupo Socialista Europeo. Quizá no le haya parecido
suficientemente mujer o, lo que es más seguro, no era tampoco
de su agrado por haber dado su apoyo, en su día, a Susana
Díaz?
No quiero ni pensar qué podría ser de los españoles que no
estamos en su restrictivo espectro ideológico si este hombre
llegase algún día a ser presidente del
Gobierno. Por si acaso, será mejor no tentar a la suerte y
tener que pasar por la
obligación de comprobarlo.
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