A nadie debería extrañar si digo que no estoy contento con el resultado de las votaciones del domingo. Ni con unas, ni con otras. Visto lo visto durante la campaña, me resultan sorprendentes y, sobre todo, intrigantes en lo que respecta al futuro político (y, sobre todo, económico) de nuestro país.
Como siempre que votamos, la alegría va por barrios (aunque esta vez haya barrios donde no pueda llegar la alegría). Es lógico que unos queden más satisfechos que otros pero la verdad es que, dejando aparte la amplia ventaja y las posibilidades francas de gobernar en solitario que ha obtenido el PSOE, pocos, o ninguno, de los partidos tiene motivo alguno para estar orgulloso de lo obtenido.
El "efecto Moncloa" ha podido más que el "efecto Falcon", pero el 28% de votos obtenido por el PSOE queda equidistante entre el 34% que anunciaba Tezanos hace dos semanas, y el 22% que obtuvo Pedro Sánchez, en 2016. Es, además, el peor resultado con el que un partido accederá al Gobierno durante la historia de esta democracia en España. Es más, Rajoy sacó, en 2016, más del 33% (cinco puntos y catorce diputados más) y pasó la legislatura a expensas del rodillo de la oposición hasta que lo liquidaron con una moción de censura. Y cuando las barbas del vecino veas cortar, ...
Pero, con todo eso, el corto porcentaje de voto al PSOE no debe reconfortar a nadie. Lo del Partido Popular es otra historia. El derrumbe ha sido espectacular dejando en el camino la mitad de los votantes que apoyaron esta opción hace tres años. Causas hay, y no pocas, pero la fragmentación del voto, siendo real, no es una causa sino una consecuencia. Habrá que hacer mucha autocrítica reflexiva para empezar pronto el camino de la recuperación, porque me niego a pensar que la situación no sea recuperable. Eso sí, evitemos la tentación de echar las culpas al sistema electoral o a la Ley d'Hondt. Son los mismos de siempre y, si no nos quejábamos de ellos hace unos años, tampoco deberíamos hacerlo ahora.
Pero lo que más caracteriza a estas elecciones respecto a cualquiera de las celebradas anteriormente es que, sin haber acabado el recuento, estamos de nuevo en campaña. Sin darnos tiempo apenas a digerir los resultados, en poco más de tres semanas, volvemos a las urnas, esta vez a elegir a los concejales de nuestros ayuntamientos. Ahora toca pensar en clave local, en atender las necesidades más cercanas y en escuchar las propuestas de todo lo que nos vamos a encontrar cada día en la puerta de nuestras casas durante los próximos cuatro años. Volveremos a escuchar programas, a leer resultados de encuestas y a pensar y decidir quién debe gobernarnos. Todo lo anterior no es decisivo ni determinante. Es un proceso distinto. Es volver a empezar.