Jaime García.
Era costumbre de nuestros Reyes Castellanos, allá
cuando cesaba la nieve y los fríos y llegaba la primavera, anunciar y preparar
a sus gentes para bajar a tierras del moro. El Rey recogía sus mesnadas,
reclutaba gente, recaudaba fondos y hacía acopio de víveres, armas y
pertrechos. Jóvenes caballeros, grandes señores, Órdenes Militares, Caballeros
del Temple, clérigos, infanzones, duques y condes acompañaban al Rey. A todos
ellos les placía cabalgar junto a su Monarca, pues las algaras por las tierras
del moro les comportaba pingües beneficios: ciudades, rentas, tierras,
esclavos… No ayudaban al rey por devoción, más bien por ambición y codicia. Y
así todos marchaban contentos hacía tierras del sur.
Los Reyes
necesitaban matar un poco sus noches primaverales. Por ello, junto a los
guerreros, ocupaban un puesto destacado los bufones, personajes cuyo oficio era
hacer reír al rey y a la tropa. Ofrecían charlas ingeniosas, mimos, chistes,
vestían estrafalariamente, se les permitía decir y hacer lo que a otros se les
prohibía… El bufón pretendía hacer placentera la noche de sus señores.
He
querido recordar un pedazo de nuestra historia. Faltan unos cuantos meses para
las elecciones municipales. Al igual que los reyes, los políticos preparan ya a
sus gentes, prevén contratar televisiones, radios y periódicos para lograr la
conquista del poder. El invierno político, que padecemos millones de españoles,
será enarbolado como bandera. Culparán de todo al que gobierna y dirán a las
gentes aquello que ellas quieren escuchar. Seguro que una izquierda extrema y
radical ondeará la bandera de la rebelión contra “los castas”. Estos señores
preferirán ganar con los puños y no con la mente, parlamentar en la calle, que
no en las cortes, insultar más que dar razones y ondear pancartas, slóganes y
banderas republicanas, transmitiendo a las gentes sencillas que “las castas”
les roban la libertad, el aire, el pan y el amor. Ellos saben muy bien que en
el momento actual ningún rincón del cuerpo social resulta atractivo, y están
convencidos que es fácil derrotar a una sociedad que no cree en nada. Clamarán
que la culpa de todo la tiene el egoísmo de los empresarios y el gobierno
displicente e huidizo. Harán las piruetas que hagan falta para reunificar a la
izquierda y ya verán qué pronto sueltan los “doberman”. Las mesnadas de la
izquierda están ya planificando su estrategia. Ya han iniciado las guerrillas.
Ocupan medios sociales, que les permiten espacios para batir a sus enemigos.
Lo grave
de estos grupos de izquierda radical es que niegan la existencia de la democracia.
No creen en la alternancia política. Dicen que son demócratas, pero de pensamiento
único, que pasan de la Constitución y de las leyes y claman por el advenimiento
de un Estado Republicano, y exigen que la Iglesia no salga de las sacristías.
Les ruego que abran las páginas de nuestra historia y descubran cómo fué y qué
ocurrió en nuestra II República. Lo primero que hizo fué proclamar que la
derecha no tenía títulos para gobernar. Cuando la CEDA de Gil Robles gana
limpiamente las elecciones de noviembre de 1933, la izquierda no aceptó la
derrota, ni reconoció el triunfo de la derecha. Largo Caballero pedirá a
Alcalá Zamora, Presidente de la República, que anule las elecciones y disuelva
las Cortes. No podían permitir que la derecha llegara al poder. Así empezó la
cruenta revolución de octubre del 34.
No quiero
insistir en más hechos. Sepan que la democracia es alternancia, guste o no. En
democracia todo ciudadano tiene iguales derechos, está obligado a respetar las
ideas de los demás, lo que no impide estar en desacuerdo con ellas. El enemigo
de la democracia es la intransigencia y la radicalidad, defectos que
precisamente abundaron en la República. Los ciudadanos desean una sociedad
libre, donde cada uno vote con libertad plena, según sus ideas y creencias,
respetando siempre la Constitución y las leyes.
Las
elecciones son la hora de la verdad. Los políticos pronuncian bellos discursos
y hacen hermosas promesas. Todo es bueno, bonito y barato. No pequemos de
ingenuos ni imitemos al avestruz. Algunos políticos desprecian nuestra
Constitución y nuestras leyes. Hacen crítica continua a nuestro pasado, pero
han encontrado en esa misma política una salida espléndida para sus vidas.
Pretenden destruir el sistema, pero viven del sistema. No olvidemos en qué
situación quedó la hacienda española en manos de Zapatero y qué esfuerzo ha
tenido que hacer el PP para equilibrar la balanza económica. El camino no está
alfombrado de pétalos de rosas, aunque ya podemos transitar. Dejemos de echar
piedras a la luna y dejemos de creer en aquellos políticos dispuestos siempre
a decirnos lo que queremos escuchar. Tengamos en cuenta que algunos son
virtuosos del doble lenguaje.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia