No sé si Georgina le cantarÃa de vez en cuando a Cristiano Ronaldo aquello que preguntaba Jennifer López en su canción ¿El anillo pa cuando?, pero si asà era, está claro que, aunque sea después de 9 años y tres hijos. se ha salido con la suya, Y no de cualquier manera. Nada menos que un pedazo de pedrusco de más de 20 millones de euros. Un anillo con el que presumÃa a diestro y siniestro, anunciando su próxima boda.
Lo cierto es que una piensa en la cifra y se marea. Y, por más que no se quiera caer en ello, no se puede dejar de ser demagógica y pensar qué cantidad de cosas podrÃan hacerse con el importe del dichoso anillo. Y es que ver las imágenes de la joya y de su sonriente dueña exhibiéndola en el mismo informativo en que se habla de guerras, de hambrunas, de crisis de vivienda y de pobreza energética resultan sonrojantes. Cuanto menos.
Pero, al margen de esa sensación, hay un mensaje oculto que deberÃa hacernos reflexionar. Un mensaje de despilfarro nacido no del esfuerzo sino de una serie de circunstancias con que la suerte ha adornado a la pareja. Un fÃsico privilegiado, por más que hay sido ayudado con tratamientos y cirugÃas, y un don para jugar a un deporte que el destino y don dinero han decidido que sea el rey. Y, por supuesto, un mundo dispuesto a rendirse a sus pies a través de medios, publicidad y rees sociales en un cÃrculo que se retroalimenta. ¿Quién no querrÃa estar en su lugar? ¿Qué niño o niña no aspirarÃa a imitarlos en un futuro?
Pues ahà está el problema. No tanto en que el futbolista se gaste en el anillo de marras una cantidad obscena de dinero, que solo es una parte de las cantidades obscenas de dinero que cobra, sino en esa exhibición, más obscena aún, que nos han colado por tierra, mar y aire, querámoslo o no. Y yo, desde luego, no quiero.
Desde luego, no podemos evitar que Cristiano le regale a la madre de sus hijos un anillo, o dos -que parece que ahora luce otro casi tan espectacular como el anterior- pero deberÃamos evitar que saliera en todos los medios como la cúspide del amor y del romanticismo. Y, de paso, como la imagen viva del triunfo absoluto.
Asà que, aunque me gustarÃa que no hubiera tema para un artÃculo, no me queda otra que hincarle el diente. Aunque, claro, tratándose de tamaño diamante, no creo que haga mella.