Varias personas en un hospital. EFEY todo empezó en China, en la región de Wuhan, en diciembre de 2019. Desde entonces, el mundo ha entrado en una guerra mundial silenciosa, sin bombas, pero igual de letal. En lo social, en lo económico. Una ruina total. Pero no es el momento de analizar por qué ha pasado, por qué nadie ha hecho caso a las voces, entre ellas reputados científicos que advertían de las graves consecuencias de previsibles pandemias. Por qué ningún gobierno se ha tomado en serio las nefastas consecuencias que un simple virus puede tener a nivel mundial, pese a haber sufrido ejemplos no muy lejanos como el SARS o el MERS.
Es evidente que, más allá de superar la pandemia esperemos que en el menor plazo de tiempo posible, vamos a obtener muchas conclusiones y a aprender muchas lecciones. Aunque me temo que el hombre es el animal que tropieza dos veces con la misma piedra. ¿Habrá más medios para investigación? ¿Tomarán nota las autoridades para actuar de manera coordinada y más rápida en el futuro? ¿Se habrá aprendido algo sobre la importancia de que los animales vivos y muertos no estén juntos en mercados ambulantes de los pueblecitos más recónditos del mundo? Lo que es evidente es la fragilidad del ser humano en su individualidad en un mundo globalizado, donde no hay fronteras para virus.
Tantas cuestiones por responder, pero no es el momento. El momento llegará en dos, tres, cuatro meses, quizás. Y una de las certezas es que China aprovechará muy bien lo ocurrido, siendo el origen del contagio y el primer país en superarlo, para mejorar su posicionamiento estratégico en el mundo. China dice haber encontrado una vacuna para el coronavirus... De momento, su liderazgo es en forma de solidaridad, regalando mascarillas y guantes y ayudando con su experiencia a Italia y España.
