Fray Francisco Montañana fue un religioso valenciano cuya vida se convirtió en un complejo entramado de superstición y ambición. Entre los siglos XVII y XVIII, fue protagonista en cuatro procesos inquisitoriales, acusado de nigromancia, prácticas mágicas y conspiraciones para obtener libros prohibidos. Su primera caída en desgracia comenzó en 1680, cuando era presbítero de la iglesia de Sant Joan del Mercat. Tras ser encarcelado por la Inquisición y enviado al presidio de Orán, volvió a Valencia con una obsesión: hallar los tesoros que, según la tradición popular, habían escondido moriscos y judíos expulsados. Para ello recurrió a conjuros, círculos mágicos, pentagramas y hasta gatos negros, pero sus intentos fracasaron. Convencido de que solo el demonio podía guiarle, buscó un libro clave: Las Clavículas de Salomón, célebre grimorio de invocación.
Con ayuda de cómplices, entre ellos criados de inquisidores, un hornero y un relojero, planeó fabricar llaves falsas para entrar en el archivo secreto del Tribunal de la Inquisición y robar el ejemplar. El plan fue descubierto. Pese a las denuncias internas, Montañana consiguió acceder de manera intermitente al ansiado libro, del que copió fragmentos y rituales, llegando incluso a declarar que estaba dispuesto a vender su alma con tal de conseguir riquezas ocultas. Entre los testimonios recogidos durante sus juicios destaca su confesión de utilizar fórmulas de invocación al diablo y su defensa del uso de plantas mágicas, como la falaguera, con la que buscaba aliviar sus achaques físicos y que a la vez servía para exorcismos y remedios espirituales. También se sabe que en sus años de prisión trabó relación con otros presos acusados de brujería y astrología, de quienes recopiló rituales y secretos.
Su última condena, en 1716, lo recluyó de por vida en el monasterio de Porta Coeli, bajo estricta vigilancia y sin posibilidad de oficiar misas. Allí quedó reducido a un estado casi de sombra, ejemplo de cómo la ambición por el saber prohibido podía arrastrar a un hombre de fe a la marginalidad más absoluta. La historia de fray Francisco Montañana refleja el clima de una época en que la fascinación por la magia convivía con la persecución religiosa, donde el deseo de poder y conocimiento empujaba a cruzar los límites entre la devoción y la herejía. Entre la nigromancia, la botánica, la astrología y la picaresca, Montañana encarna la tensión de una sociedad atrapada entre superstición, fe y codicia.