Cuando
era pequeña, veÃa cada Navidad una pelÃcula donde una niña
interpretada por una diminuta y deliciosa Natalie Wood se negaba a
creer en Papa Noel hasta que el propio Santa Claus tuvo que ir en
persona a demostrarle su existencia. Año tras año, aquella niña
volvÃa a las pantallas, junto a otros imprescindibles como Qué
bello es vivir o La gran familia. Junto a estos, otras pelÃculas
ofrecÃan diferentes versiones del Antinavidad, alguien empeñado en
cargarse la Navidad y todo lo que traiga consigo.
Nunca
desde que acabó mi infancia, creà que existiera este Antinavidad
hasta el año pasado, después de esa convulsión que volvió nuestra
vida del revés, y que acabó con la de tantas personas. No hacÃa
falta la delirante imaginación de ningún guionista hollywoodiense
para imaginar una navidad casi inexistente. No era la Pesadilla antes
de Navidad del cine, sino algo peor precisamente por eso, porque no
era cine, y seguÃa ahà tras bajar el telón.
Nuestro
particular Grinch llegaba a principios de 2020 en forma de un virus
que representaban como una bolita verde y con ventosas que podÃa
resultar hasta simpática de haber protagonizado alguna de esas
pelÃculas navideñas. Pero nada de eso. HabÃa llegado a
demostrarnos que nuestro mundo es falible, que nada puede darse por
supuesto y que las cosas pueden desaparecer de un dÃa a otro como
por ensalmo.
Pasamos
meses con la esperanza de que aquello acabara pronto y nos
devolvieran nuestras vidas. Nos reÃmos de que se agotara el papel
higiénico y la levadura pensando que era una locura temporal. Pero
el Grinch habÃa venido para quedarse. Y aunque aquel verano de 2020
lo vivimos con la creencia de que habÃa acabado, todavÃa quedaba
mucho por sufrir. El Grinch se frotaba las manos porque por fin
podrÃa estropear la Navidad.
Lo
consiguió. A las sillas vacÃas por las personas que se llevó,
habÃa que sumar las de quienes no podrÃan juntarse como habÃan
hecho siempre. Las restricciones nos obligaron a conformarnos con una
versión escuálida de las reuniones familiares, con bares cerrados y
casas donde no podÃamos superar la media docena de comensales. A lo
que se añadÃa el toque de queda, que nos convertÃa en Cenicientas,
pero sin prÃncipe ni zapato de cristal.
Este
año parecÃa que el Grinch no nos amagarÃa. Pero nos tenÃa
reservada una sorpresa en forma de enésimo repunte de contagios. Y
el fantasma planea de nuevo.
Ojalá
sea, como han dicho, el principio del fin. Ojalá sea cierto que son
los últimos coletazos. Pero, mientras siga ahÃ, no olvidemos la
prudencia. Es lo único con lo que este Grinch no puede.