Programa cultural en televisión españorrona -cultural en el bellaquísimo sentido que la españorrona televisión suele dar a la cultura-. Se habla del ensayo Una habitación propia, de Virginia Woolf, calificándolo de feminista sólo porque la Woolf afirma en sus páginas que una mujer, para poder ser escritora, debe tener "dinero y una habitación para escribir". Descubrió América, la señora Woolf. Menuda sagacidad. Ahora: la frase puede aplicarse igualmente a los hombres, por lo que de feminista nada. Es una verdad universal donde las haya. Dinero y habitación. Sosiego y un camaranchón propio. Y un detalle sutil, que puede parecer baladí o accesorio pero en realidad es el centro de la reflexión: dinero, independencia económica, tranquilidad y tiempo -cuatro conceptos que aquí son sinónimos- no ganado en un trabajo extraliterario, en otra cosa que se hace para poder escribir y con la que la escritura se compagina, sino dado, externo, sobrevenido. Woolf, en este sentido, es absolutamente diáfana para cualquier mente libre del prejuicio feministoide. La escritora y el escritor, para ser escritor y escritora completos y realizados, necesitan que sus ingresos provengan, como provinieron los de Woolf, exclusivamente de su actividad literaria; o, en su defecto, de una herencia, un premio de lotería, una sinecura o un mecenas. Ninguna vocación es compatible más que consigo misma, y escribir no es una excepción. Pero así como hay vocaciones rentabilísimas, por ser utilidades útiles, hay también vocaciones muy poco rentables o inutilidades útiles, como explicó maravillosamente Ordine. La Woolf no trabajó nunca en otra cosa que sus textos.
No concibió que ganarse la vida fuese algo ajeno a escribir. Tenía muy claro, como Larra, como Ruano, como Umbral, como Camba, como tantos otros, que un escritor de fin de semana, de horas libres, de horas muertas, no es escritor. Pero sucede que la Woolf, como Larra, Ruano, Umbral, Camba y tantos otros, vivió un tiempo en que la buena literatura se pagaba; en que la prensa, remunerando las colaboraciones, hacía vividera la vocación. Resulta penoso imaginarlos en el presente. Angustioso. No les hubieran pagado los artículos, y entre libro y libro -que se hubieran vendido poco debido a su alto nivel- se hubieran ganado la vida con lo que fuera, en detrimento de su obra. En el fondo es aquello de Baroja, que hallándose tumbado en su hamaca, y preguntado sobre si estaba descansando, respondió que trabajando, mientras que hallándose ocupado en escardar su jardín, y preguntado sobre si estaba trabajando, respondió que descansando. No hay feminismo en la frase de Virginia Woolf, por mucho que la españufla televisión se lo busque. Hay perspectiva intelectual y nada más. Vocación. Un impulso independiente del género. Por eso lo que importa en lo de Woolf es lo que dice, y no quién lo dice o desde dónde lo dice.
A ella poco le importaba que las esterlinas viniesen de un marido rico, de un tesoro enterrado, de una herencia o de la remuneración de sus artículos; lo fundamental para ella era, simplemente, que las hubiera, para no interrumpir su trabajo, para trabajar descansada y descansar trabajando, para poder escribir sin el estorbo de «lo otro». Qué fácil, aunque no lo parezca, lo tuvo la Woolf -trastorno bipolar y depresiones aparte-. Qué fácil, también, lo tuvieron los otros. La época, quieras que no, acompañaba. Las circunstancias eran favorables. Una Woolf profesora, un Ruano abogado, un Umbral impresor, un Camba trabajando en algo son visiones que rechinan, chirridos en la imaginación, indefectiblemente asociados a un menoscabo en sus obras. El gobierno dice ahora que concede unas becas a la creación literaria, se supone que para evitar la interferencia y la distorsión de «lo otro» en el proceso intelectual de los escritores. Para que puedan escribir tranquilos. Como la Woolf. "Dinero y una habitación propia". No es, al fin y al cabo, mucho pedir. O quizá sí. Uno tiene ya lo segundo, pero lo primero... ¡ay! Hará falta un mecenas. O un cuponazo -ya he comprado boleto para esta semana-. La frase de Woolf es tan obvia, tan elemental; es un caldo especulativo tan insípido que le han echado pastilla de feminisismo para darle cuerpo. "Dinero y una habitación propia". Nos ha fastidiado, la Virginia.