Un año después de la dana que azotó Valencia aquel trágico 29 de octubre, las huellas visibles y no tan visibles de esta tragedia siguen muy presentes entre quienes han logrado recomponer sus vidas y aquellos que todavÃa hoy se afanan por volver a la normalidad.
Doce meses más tarde de aquel fatÃdico dÃa, las mejoras en las infraestructuras son evidentes en los municipios que resultaron más afectados en la considerada 'zona cero', donde no obstante el paso de la riada no ha logrado borrarse del todo.
En localidades como Paiporta, Catarroja, AlgemesÃ, Benetússer, Alfafar o Aldaia fachadas, locales comerciales y bajos de muchas viviendas lucen como nuevos frente a otros, cada vez menos, que siguen destrozados al cumplirse el triste aniversario de aquella catástrofe.
El sonido que se escucha en las calles de muchos de estos pueblos es el del martillo, la sierra, y el metal. Son los vecinos que 365 dÃas después siguen arreglando portales, bajos y locales comerciales.
Las obras se adivinan en la esquina de cada calle, pero también -por ejemplo- en el cauce que divide Paiporta, la localidad con más vÃctimas, donde las máquinas trabajan para levantar uno de los puentes que el agua se llevó.
La armonÃa de una calle aparentemente recuperada se rompe cada pocos metros con puertas de garaje que continúan abolladas, comercios con los cristales cubiertos por cartones, restos de barro en la acera y las alcantarillas o casas con puertas improvisadas.
También en Paiporta los mensajes de fuerza no han desaparecido de las fachadas: grafitis que en otro momento habrÃan sido borrados rápidamente ahora recuerdan que "volveremos más fuertes" o "el pueblo salva al pueblo".
'Taulellets' para marcar dónde llegó el agua
Como si el barro y el lodo que inundaron todo a su paso hubiera dejado a estos espacios congelados en el tiempo, el nivel al que llegó el agua sigue apreciándose fácilmente en muchos edificios, como una marca indeleble.
Algunos vecinos no quieren olvidar y asà lo reivindican en los tÃpicos 'taulellets' valencianos, piezas cerámicas que algunos han colocado al lado de su puerta en muros rehabilitados como recordatorio para marcar hasta dónde llegó el agua aquel fatÃdico dÃa.
En algunos garajes tampoco han borrado la 'R' que se pintaba en la entrada para marcar que ese sótano ya habÃa sido revisado, y muchas puertas y paredes mantienen las huellas de barro que dejaron aquellos que se afanaron en limpiar las calles tras la catástrofe.
Atrás han quedado también descampados convertidos en cementerios de coches amontonados y apilados por centenares, y que ahora son aparcamientos de un parque móvil muy renovado. Llaman la atención los coches cuyas matrÃculas empiezan por M o N, correspondientes a las últimas asignadas por Tráfico.
Las 'cicatrices' no fÃsicas
Pero los avances en lo fÃsico, lo tangible, lo visible, no parecen ser tan notables en lo psicológico o mental. Basta con pararse a hablar con cualquier vecino de estos pueblos para que, enseguida, relaten dónde estaban, cómo vivieron la dana, cuánto perdieron aquel 29 de octubre y qué ha sido de sus vidas en los últimos doce meses.
Pero sin necesidad de preguntar, la misma conversación se repite en la calle entre lugareños: dónde estaban, qué hicieron después, qué perdieron, qué salvaron y de quién creen que es la culpa de tanto desastre.
"Un año después seguimos unos mejor y otros peor, porque hay gente a la que aún no le va el ascensor, faltan sótanos por arreglar, nos tienen que pintar los bajos. No se encuentran operarios para poder hacerlo todo", explica a EFE Pilar Aguado, vecina de Aldaia.
Esta mujer de 73 años no puede evitar emocionarse y pone el foco en lo psicológico: "Después de tener las cosas arregladas ya estás más tranquila, pero estoy hecha polvo, no puedo dormir bien, estoy con antidepresivos, con temblores. Muchas veces estoy sola y me pongo a llorar. Nos ha quedado una secuela muy grande, y eso que a mà no me ha faltado ningún familiar. A los que sà no van a levantar cabeza".
"Vivimos el aniversario con mucha tristeza y con muchas carencias. Después de un año esto va muy lento, aunque estamos mejor que estábamos", explica MarÃa del Mar GarcÃa, vecina de Paiporta, que también vivió con gran inquietud los avisos rojos de hace unas semanas: "La noche la pasé en el sillón porque no me podÃa dormir. El miedo lo tienes en el cuerpo".
Coincide en el diagnóstico Pilar GarcÃa, otra vecina de la zona: "El pueblo no tiene nada que ver con lo que era. Estas cosas tardan mucho tiempo, va muy lento. Hay gente que lo lleva bien y otra que no tanto".
Un año después, las calles ya no están anegadas, pero la memoria de la dana sigue muy presente pese a que las huellas materiales empiezan a desaparecer. La catástrofe del 29 de octubre se ha convertido en una experiencia compartida de pérdida y resistencia, que no se borra con pintura ni cemento, y que ha tejido una memoria colectiva difÃcil de olvidar.