Aprovechando el período estival, en agosto de 2016, las aguas cristalinas de Calpe revelaron un hallazgo que poco tiene que ver con el paraíso turístico al que estamos acostumbrados. A escasos metros del Peñón de Ifach, buceadores deportivos tropezaron con varios fardos sumergidos. Lo que al principio parecían simples residuos terminó por desvelar un escenario propio de una novela negra con tintes esotéricos: esqueletos humanos, restos de animales, cuchillos, muñecas, estatuillas rituales y documentación con nombres reales.
Los análisis forenses determinaron que los huesos humanos, en su mayoría costillas, vértebras y huesos largos, pertenecían a al menos tres personas distintas. Curiosamente, presentaban una antigüedad estimada de entre 30 y 40 años, pero habían sido lanzados al mar solo unos días antes de su descubrimiento. No había signos de violencia. Todo parecía responder a una puesta en escena simbólica más que delictiva.
Entre los objetos recuperados destacó una figura de bronce que representaba a Yemayá, divinidad marina de origen yoruba asociada a la santería y a rituales afrocubanos. También se hallaron cuencos, ramas, plumas, un cuchillo ceremonial y una muñeca infantil. En algunos de estos objetos aparecían nombres propios y documentos oficiales, lo que alimentó la sospecha de que se trataba de un ritual con fines personales: quizás un conjuro amoroso, una petición de venganza o una ceremonia de ruptura espiritual.
La Guardia Civil abrió una investigación que, hasta donde se sabe, no ha arrojado conclusiones definitivas. No se denunciaron profanaciones en cementerios de la zona, ni se vincularon desapariciones recientes a los restos hallados. Algunas fuentes apuntaron a que los huesos podrían haber sido robados en otros puntos de España y trasladados a Calpe para ejecutar un ritual en el mar, un gesto de simbología poderosa cuando se trata de purificación o sacrificio.
Casi una década después, el caso permanece abierto y sin resolver, silenciado por la espuma de las olas y la memoria frágil del verano. Calpe, conocida por su sol, su gastronomía y su historia romana, guarda bajo el agua una historia sombría que ni el turismo ni el tiempo han logrado disipar. Los fardos del Peñón no solo trajeron huesos del pasado: trajeron preguntas sin respuesta que flotan aún, invisibles, entre corrientes submarinas.
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