El
hombre no siempre goza de buena salud. Lo mismo ocurre con los
pueblos. Hay momentos de entusiasmos y gloria y momento de
desesperanza y tristeza. No todo el monte es orégano. Los ejemplos,
las parábolas, son formas de lenguaje que nos permiten comprender
mejor las cosas. Imaginemos que una persona se pone enferma.
Necesita el apoyo y calor de la familia. Ésta le lleva de inmediato
a urgencias. El médico que le atiende observa algo que no le gusta y
ordena que se le haga una radiografía. Vista la cual comunica
con tristeza a la familia que el enfermo tiene que ingresar en
Cuidados Intensivos. La familia se inquieta, pero entiende y
aprueba la decisión del médico. Pasan los días y la familia se
pone un tanto nerviosa. El médico es parco en palabras. Simplemente
les indica que el enfermo no va a peor, más bien mejora, pero muy
poco a poco. Toda la familia se une como una piña alrededor del
enfermo. Un buen día el médico les alegra: esta tarde, dice,
trasladaremos al enfermo a una habitación. El enfermo mejora
día a día, ya tiene ganas de hablar, come mejor y se siente alegre
y esperanzado. La
mejoría es lenta, pero el enfermo está a salvo. Hemos superado el
abismo. Este año se han creado 500.000 empleos; el déficit es
del 5,5% y la prima ha bajado a los 110 puntos. El enfermo ha
abandonado los cuidados intensivos y se encuentra un poco mejor.
Algunos se empeñan en negar tal mejoría, y no dan importancia
a las opiniones europeas que alaban el esfuerzo y el trabajo del
Gobierno. Incluso nos consideran como un ejemplo a seguir por parte
de otras naciones. Bruselas, OCDE, FMI, reconocen esta mejora
como fruto de los sacrificios que han soportado los españoles. Algo
se palpa ya en el ambiente y en la confianza de los consumidores.
Cierto que el gobierno no ignora que aún quedan muchas ramas que
cortar; que siguen habiendo 4.500.000 de parados, que hay que rebajar
el déficit, hacer reformas estructurales, frenar la deuda
pública y reducir la mastodóntica administración.
Al
problema económico que vivimos añadese el gravísimo problema de
Cataluña. Las bofetadas le llegan a Rajoy de todas partes. El
Gobierno sabe muy bien, como el médico, que su obligación es
curar al enfermo. De momento le ha sacado de la gravedad.
Aviso
a navegantes. Todos los días oímos a ciertos curanderos que
critican a los médicos y exhiben sus facultades curatorias.
Estos señores recelan de los médicos e ilusionan a los enfermos.
Dicen: nosotros o el caos. Estos curanderos ofrecen su oficio
desestimando los medios de los que ellos denominan casta. Sus recetas
no se venden en farmacias ni llevan sello de salubridad. Más
aún, pretenden separar de su servicio a esa casta de médicos de ese
hospital llamado España. Ojalá el remedio no sea peor que la
enfermedad.
Con
este símil hemos querido ofrecer la real situación que atraviesa
España. Como dice Bieido Rubio, director de ABC, "España es
demasiado valiosa para jugársela a los dados del populismo y la
histeria colectiva". Necesitamos, dice, "una serena reflexión
acerca de cómo reconstruir el armazón mora y ético'' de
nuestra sociedad. El sombrío semblante social de las encuestas
ha puesto nerviosos a los partidos. No hemos doblado aún el cabo de
las tormentas, ni hemos ganado la dura carrera de obstáculos,
pero la economía ha iniciado su camino de mejora, aunque parte de
nuestra sociedad preferiría que tal camino no se hubiera iniciado.
Dejemos de escupir al cielo. Aquí no hay caos, simplemente se han
fundido los plomos y se nos ha ido la luz. Las grietas se pueden
reparar, pues el edificio está bien cimentado. No hagamos leña
del árbol caído.