Nunca he sido especialmente aficionada a parques de atracciones y similares, pero soy de las que, si hay que ir, va. Y, como ir para nada es tonterÃa, me subo a lo que haga falta y hasta lo disfruto. Tal vez por eso, esa sensación de subidón de adrenalina y posterior caÃda me afecta especialmente. O quizás le pase a todo el mundo.
Ya hace tiempo que me siento como subida con carácter permanente en una montaña rusa. Una montaña rusa de recorrido imprevisible y en cuyo diseño ha contribuido un bicho maléfico que ha cambiado nuestras vidas desde hace un año.
Precisamente hace un año lo ahora que nos cayó el mazazo de la suspensión de las Fallas -primera señal de que esto era muy gordo- y el confinamiento al cabo de pocos dÃas. El término "pandemia", que parecÃa relegado al pasado o a pelÃculas de ciencia ficción, se instalaba en nuestro presente hasta llenarlo casi por completo.
No obstante, habÃa algo que se le resistÃa y que nos ayudaba a seguir, sin prisa pero sin pausa, en la montaña rusa. La esperanza. TenÃamos el convencimiento de que aquello pasarÃa pronto y que nos devolverÃa a una versión mejorada de nuestras vidas, donde habrÃamos aprendido el valor de las cosas pequeñas y habrÃamos revisado nuestras prioridades.
Craso error. El bicho maléfico tenÃa otros planes. Y no estaba dispuesto a abandonar sin dar la batalla. Asà que adiós a darnos esos abrazos que habÃamos diferido, y a los besos, y a recuperar nuestras vidas. Adiós también a cualquier posibilidad de despedir a quienes nos dejaron como se merecen, El bicho nos quiere aislados, asociales y tristes, para poder atacarnos con más facilidad.
Un año ya y seguimos en la montaña rusa. Cuando creemos que estamos a punto de recuperar nuestras vidas, una nueva curva en el recorrido nos hace ir hacia atrás. Sea la enésima ola, un rebrote aquà o allá o un pico de contagios, una nueva sacudida nos recuerda que aún queda camino.
Queda menos, sin duda. Aunque el bicho maléfico no quiera irse, la carrera contra él sigue. Medicamentos y vacunas ponen diques a su avance. Pero no podemos dejar de sujetarnos a nuestro cochecito, ni aflojar el cinturón de seguridad, o nos arriesgamos a caernos. Y eso sà que no, Hemos llegado hasta aquÃ, asà que hemos de llegar al fin del trayecto, aunque nos hayamos dejado micho por el camino.
Agarrémonos bien, que vamos cuesta abajo. Ojalá no nos encontremos con otra cuesta en nuestro camino de regreso.