Las series de televisión no son sino películas troceadas. Las películas no son sino libros destripados. Los libros no son sino vidas condensadas. Las vidas no son sino compendios de aventuras y desventuras, unas más aburridas que otras, pero siempre cargadas de alicientes.
La política es una serie, es una película, es un libro, es una amalgama de vidas tachonadas de giros de guión que se entremezclan y compiten. La política es un conjunto de buenos y malos ganando y perdiendo dinero, conquistando camas y sillones, porfiando por los suyos y denigrando a los ajenos. La política la hacen los jefes de las tribus y sus cohortes de círculos concéntricos hasta llegar al último ciudadano con derecho a voto, a veto. La política es intriga. Hay mucha gente que no lo sabe, pero si siguieran con el mismo detalle los avatares de los profesionales de la política que los de los protagonistas de una serie, una película, un libro, se engancharían a las tramas reales y abandonarían para siempre las de ficción.
Entre el original y la copia, siempre el original, si se puede pagar, claro. Estar al tanto de las peripecias de los políticos no es caro. Y es divertido. Corrijo: es divertido, a veces. Otras da miedo. Pero siempre ofrece emoción, la emoción de seguir desde la distancia, relativamente a salvo, cómodamente instalado en el sillón de casa, las dichas e infortunios de personas de las que dependen alternativamente tus propias desdicha y fortuna.
¿Quién no ha gozado alguna vez viendo al malo castigado por su abyección, o al bueno recompensado por su probidad? La política ofrece carretadas de justicia poética y de injusticia prosaica. Torres bien altas alzadas contra viento y marea y derribadas después por otros aires y corrientes. Almenas bajitas que crecen con cada sol hasta que llega la noche de la piqueta o el ariete. Yo no entiendo que haya gente a la que no le guste la política. Será que no les gustan las series, las películas, los libros, la vida.