Esta semana mi madre cumplía 99 años. Ahí es nada, sobre todo teniendo en cuenta que su cabeza y su cuerpo están en perfecto estado de revista. Por eso, y aun a riesgo de que se me tilde de pesada porque no es la primera vez que hablo de ella, me tiro a la piscina. Y me dispongo a bucear en el pasado y, por qué no, en el futuro. Que no se diga.
Mi madre pertenece a esa generación de luchadoras por partida doble. Por un lado, le tocó soportar una guerra, que destrozó su infancia y su adolescencia, y una posguerra, que destrozó su juventud. Por otra, tuvo que vivir la mayor parte de su vida adulta en una dictadura que postergaba a las mujeres hasta considerarlas un mero complemento del hombre del que dependían. Porque, nunca me cansaré de repetirlo, no podían hacer cosas tan simples como viajar, alquilar un piso o abrir una cuenta corriente sin el consentimiento de sus padres o de sus maridos. Y las pocas que podían permitirse tener un trabajo fuera de casa –en casa trabajaban como mulas- se veían abocadas a que el varón administrara su sueldo.
No es que yo quiera refocilarme en un pasado que ni siquiera fui consciente de vivir, pero creo que, en estos tiempos en que hay jóvenes que exaltan ese pasado que ni siquiera les rozó, no queda otro remedio que recordarlo. En este caso, cualquier tiempo pasado no fue mejor.
Si mi madre hubiera nacido en otro lugar y en otra época, hubiera sido lo que hubiera querido. Tenía –y tiene- inteligencia más que sobrada para ser médica, como le hubiera gustado, o cualquier otra cosa. Y planta y talento para ser modelo o actriz, si hubiera sido su elección. Pero hubo de conformarse con ser lo que le dejaron ser, lo poco que dejaban ser a la inmensa mayoría de mujeres de aquella época.
No obstante, lograron mucho más de lo que ellas mismas podían imaginar. Lograron que sus hijas y sus nietas pudiéramos ser todo lo que ellas no habían podido. Recorrieron los tramos más duros de un camino hacia la igualdad del que ahora empezamos a vislumbrar la meta.
No puedo devolver a mi madre todo lo que me ha dado, y lo que me sigue dando, que rindiéndole homenaje cada vez que tengo ocasión. Y esta, cuando ya ha iniciado el camino hacia el centenario, no podía desaprovecharla. Felices 99 mamá. Por muchos más.