El otro día pasaba por la puerta de un bar que acababa de abrir y un olor me atrapó. No se trataba de un perfume maravilloso, puede que ni siquiera fuera agradable, pero a mí me hizo viajar en e tiempo. Olía a una mezcla de desinfectante, jabón y ambientador barato con una intensidad tal que se pegaba en la garganta y casi me hizo toser. Pero no importaba. Era uno de los olores de mi adolescencia, el olor que tenía la primera discoteca a la que fui, cuando no había cumplido aun los catorce años, cuando entraba con mis amigas nada más habían abierto, recién empezada la tarde. Era el olor con el que cada fin de semana de verano empezaba todo. Y se quedó en mi pituitaria para siempre como un presagio de promesas y de vida por estrenar.
Y es que los olores tienen un gran poder para evocar. Ese sentido que parece que tenemos olvidado, eclipsado por la vista y el oído que son los reyes de nuestra cultura audiovisual, esconde mucha magia, tal vez porque no lo tenemos en cuenta.
Hay olores que todo el mundo identifica con bonitos recuerdos. El olor a mar, el olor a tierra mojada cuando la lluvia escampa, el olor a jazmín, a azar y a todas esas flores que nos regalan su aroma a cambio de nada.
Además, para quienes hemos nacido o vivido en Valencia, hay un olor muy especial: el olor a pólvora. Un olor que nos acompaña para siempre y nos lleva a nuestras fiestas, a cualquier celebración, solo o mezclado con el del fuego, las flores, la paella o los buñuelos. Un olor que, estemos donde estemos, nos transporta a nuestra tierra.
Pero no hace falta ir a buscar olores con toda esa carga de significado. Hay otros mucho más prosaicos y que también reconocemos como parte de nuestra vida. El olor que desprendían las muñecas recién estrenadas, sin ir más lejos. O el de los coches nuevos, que apenas duraba un par de viajes y acababa siendo sustituido por el inevitable olor a pino de los ambientadores que nos vendían para financiar los viajes de fin de curso.
Por supuesto, no todos los olores son buenos, ni todos traen consigo buenos recuerdos. Ocurre con el olor a quemado, el olor a basura, y, sin duda, el olor a muerte. Un olor que tiene algo de premonitorio y que puede percibirse aun antes de que el fatal desenlace haya llegado.
Aprendamos a sentir las cosas más allá de lo que vemos. De veras que vale la pena.
SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)