La apertura de juicio oral contra Mónica Oltra abre una etapa dolorosa para quienes creyeron en la regeneración polÃtica desde la izquierda. Oltra fue sÃmbolo del cambio en la Comunitat Valenciana, pero también una de las voces más duras a la hora de exigir dimisiones inmediatas al PP ante cualquier imputación. Hoy, le toca a ella pasar por el mismo trance, y yo vuelvo a reivindicar la presunción de inocencia. La que ella no aplicó a otros dirigentes y adversarios, como Francisco Camps, es cierto, pero es que en algún momento habrá que comprender que uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario en forma de sentencia. De lo contrario, condenamos antes de tiempo y eso implica el fin de la vida pública de quienes padecen esta injusticia.
No se trata de condenarla antes de tiempo -eso serÃa replicar el error-, pero tampoco de blanquear la incoherencia. Ni Oltra ni CompromÃs han sido justos con quienes, como Francisco Camps, fueron polÃticamente linchados por causas que acabaron en absolución. Entonces, bastaba una instrucción judicial para exigir dimisiones en nombre de la ética pública.
Hoy, el silencio o el apoyo acrÃtico es una forma de mirar hacia otro lado. Defender el derecho de Oltra a un juicio justo no debe ir acompañado de una amnesia selectiva. Si se quiere recuperar la confianza ciudadana, la ejemplaridad no puede depender del color polÃtico. O la presunción de inocencia vale para todos, o se convierte en otra herramienta de cinismo partidista.