29 de julio de 2025. Han pasado exactamente nueve meses desde aquella trágica dana que asoló amplias zonas de la provincia de Valencia dejando un reguero de destrucción, angustia e impotencia. Y sin embargo, en todo este tiempo, el ruido polÃtico ha sido mucho mayor que las soluciones. Los partidos siguen tirándose los trastos a la cabeza, como si eso devolviera la normalidad a quienes lo perdieron todo.
Lo más grave no es ya lo que sucedió entonces -que lo fue, y mucho- sino lo que no ha sucedido desde entonces. Porque si hay algo más cruel que una catástrofe natural es el abandono institucional prolongado. Hoy, nueve meses después, todavÃa hay centenares de personas que no han podido recuperar sus viviendas, sus comercios, su vida. Esa es la verdadera emergencia, y no se combate con discursos ni promesas, sino con recursos, coordinación y voluntad polÃtica real. ¿Qué coordinación? No la hubo el dÃa 29 de octubre ni los siguientes y no la ha habido estos meses.
Pero en lugar de eso, cada administración va a la suya. No hay un gran pacto autonómico ni un plan nacional que sirva de guÃa. Cada ayuntamiento improvisa como puede, algunos mejor que otros, pero todos navegando a ciegas. Faltan medios humanos, faltan medios técnicos, falta dirección. Y sobre todo, falta la altura de miras que exige una tragedia de este calibre.
Las responsabilidades judiciales, si las hay, se dirimirán en su momento. Pero las responsabilidades polÃticas son evidentes y no requieren sentencia: se falló antes, por no haber hecho las obras preventivas que los expertos reclamaban desde hace años. Se falló durante, por no reaccionar con la contundencia necesaria. Y se sigue fallando ahora, por no haber sido capaces de poner en marcha un verdadero plan de recuperación.
La dana del 29 de octubre fue un desastre natural, sÃ. Pero lo que ha venido después ha sido un desastre institucional. Porque el drama de una familia que sigue sin casa, de un pequeño comercio que no ha vuelto a abrir, de una persona mayor que no ha recuperado su rutina, no puede seguir esperando. No es solo una cuestión de dinero -aunque también-, es una cuestión de dignidad.
Lo que necesitábamos era un gran acuerdo polÃtico, transversal, a nivel estatal, autonómico y local. Una especie de "Plan Marshall" valenciano para reconstruir lo perdido, reparar lo reparable y prevenir lo evitable. No era tan difÃcil: hacÃa falta liderazgo, compromiso y empatÃa. Pero en lugar de eso, lo que hemos tenido es una larga colección de excusas, reproches cruzados y gestos de cara a la galerÃa.
Las catástrofes naturales no se pueden evitar, pero sus consecuencias sà se pueden minimizar. Para eso está el Estado. Para eso están las instituciones. Para eso se paga a la polÃtica. Pero nueve meses después, el balance es desolador. No por la dana en sÃ, sino por lo que ha revelado: que cuando más se necesitaba unidad, se impuso la división. Que cuando más se necesitaban soluciones, se optó por el enfrentamiento.
Y mientras tanto, los damnificados siguen esperando. Esperando no solo ayudas, sino algo tan simple como poder hacer vida normal. Porque en este paÃs, a veces, eso también parece pedir demasiado.
Por no hablar del impacto psicológico.