Cuando
era pequeña un tÃtulo de pelÃcula me impresionó. Mamá cumple 100
años, de Saura. No me importaba la pelÃcula, pero el hecho de que
alguien pudiera cumplir cien años me resultaba increÃble, más aún
cuando yo no tenÃa abuelos que me sirvieran de referente.
Hoy,
pasado mucho tiempo, mi madre está cerca de ser centenaria, y me
parece tan normal. Estoy segura de que él, allá donde esté, se
encarga de que esté bien. Hoy no pensaba hablar de ella, por una vez
y sin que sirva de precedente. Hoy pensaba hablar de mi padre, ya que
tenemos próximo el dÃa del padre, festividad que en Valencia
eclipsa un fallero San José al que la pandemia le secuestró sus
fiestas.
Mi
padre, si viviera, tendrÃa 100 años. Ahà es nada. Cuando se marchó
un dÃa de la Virgen de agosto hace más de treinta años, no podÃa
imaginarse lo que cambiarÃa el mundo que él conoció. No creerÃa
que ya nadie busca jurisprudencia en aquellos tomos de papel de
biblia y encuadernación de piel que todavÃa conservo. Tampoco darÃa
crédito a cómo son ahora las sentencias, mucho mayores en volumen y
mucho menores en imaginación. AlucinarÃa con el destierro de su
querida Olivetti, junto al papel cebolla y al papel carbón que todo
lo manchaba y que solÃa quitarle para mis dibujos.
Estoy
segura de que le costarÃa asumir cuántas cosas que tenemos a
nuestra disposición a un solo clic, algo que le hubiera facilitado
mucho la vida cuando el destino le hizo la faena de privarle de la
vista. Si viviera, ya no necesitarÃa que mi madre le buscara con
paciencia infinita la documentación para su trabajo de abogado, y
que su hija pequeña, con una paciencia no tan infinita, le leyera
las novelas que tanto le gustaban. Aunque estoy segura de que
responderÃa que ninguna máquina podrÃa reemplazarnos. Tampoco yo
cambiarÃa por nada ese pasado de lecturas compartidas que nos unió
y que me descubrió mundos a los que jamás me habrÃa asomado.
Si
volviera, quizás lo más difÃcil serÃa explicarle que, pese a
tanto adelanto tecnológico, nos ha asolado una pandemia y hemos
tenido que hacer exactamente lo que se hacÃa hace siglos:
confinarnos. Y nunca podrÃa explicarle la fiebre de la levadura y el
papel higiénico.
Pero,
por encima de todo, mi padre me preguntarÃa, tocándome las orejas
para comprobar qué pendientes llevaba en ese gesto tan suyo, cómo
quienes tienen que llevar los designios de un paÃs, siguen con sus
batallas campales con la que está cayendo.
Y
la verdad, no sabrÃa qué contestarle.