Grita como un poseso, aunque no sea pedagógico; profiere
alaridos, aunque luego tengas que ir al ambulatorio a que te den un Diazepam,
un Tranxilium o lo que sea; cede a las presiones de los padres irresponsables,
de los padres dimisionarios, que prefieren mala educación a cargo de otros que
buena si ha de pasar por ellos; plégate a los desatinos de la dirección cobarde,
que ha perdido el norte a causa del cataclismo demográfico, que bebe los
vientos por llevarse un alumno a la ratio, que olvida sus principios con tal de
no despertar susceptibilidades y vive confundida por la espesa niebla de sus
miedos.
Abandona tu criterio y adopta el de la mayoría: perderás en equilibrio
psicológico, perderás en autoestima, pero te sentirás aceptado, que será
engarfiar sin esfuerzo el chilindrón existencial. Consiente humillaciones,
tolera insolencias, ponte la gorra de bufón y contempla, mientras te desgañitas,
la sonrisilla contumaz, palurda y burlona del gaznápiro de turno.
Saborea tu
nueva condición de profesor moderno, de auténtico pelele; vomita chillidos como
trapos y ladridos como estopas, da golpes en la mesa, enrojece de impotencia y
cólera, saca los ojos de sus órbitas, deja suelto un tic o dos, pierde los
papeles tan lamentablemente como puedas, degrádate a conciencia, tiembla, patea,
echa espumarajos, descoyúntate y alcanza, en las etapas que haga falta, la
completa postración profesional.
Serás un profesor deleznable, un erudito del
grito, un enano de la corte, pero no pasará nada porque nos dirigimos, a pasos
agigantados, hacia la distopía social en que manda el que más grita. Sé una
piña con tus compañeros; pero no una piña entendida como unidad estratégica,
coincidencia en las metas y verdadero corporativismo, sino una piña superficial,
un apelmazamiento humano sin rumbo definido. Tú no pienses y grita; no hagas
frente a nada, no contradigas a nadie, no registres ninguna incidencia, no te
hagas notar; no seas una china en el zapato del colegio, que bastante
aterrorizado está; disimula, pasa desapercibido, evita las críticas; dedícate a
gritar y a resistir como puedas en clase.
No pidas ayuda que se te verá el
plumero; no digas la verdad porque será cuestionada; no pongas el dedo en la
llaga, que te pierdes, que pierdes la oscilante reputación del centro -construida
sobre los traidores cimientos de la pusilanimidad-, que lo pones todo en el
disparadero, que ahuyentas a los «clientes».
Aúlla, vocifera, desarráigate los
pelos, mésate la barba, muérdete la lengua y ponte una coraza, pero por favor,
te lo ruego, te lo suplico, suspende sólo a los más débiles, a los que sepas
que no protestarán. Haz todo esto si puedes y alcanzarás la cima del
gregarismo. En cuanto a mí, no tengo la más mínima intención de lograrlo.
*Puedes comentar tus opiniones al autor de este artículo, Juan Vicente Yago, escribiéndole a su correo: juviyama@hotmail.com