Por fin, Marvel presenta una película que responde a las expectativas y al prestigio cinematográfico que cimentó en largometrajes anteriores. Demuestra que los superhéroes, salvo contadas excepciones, funcionan mucho mejor en equipo. La premisa resulta original e interesante: ofrece la posibilidad de redimirse a algunos villanos y personajes oscuros que nunca han alcanzado la gloria. Mediante esta fórmula se asegura el vínculo con otros títulos de la franquicia, lo que siempre agrada a los fans. Cuenta con un guion elaborado, no exento de cierta complejidad. Además, los 180 millones de dólares invertidos lucen en la pantalla.
Valentina Allegra de Fontaine se enfrenta a un juicio político en el Congreso. Se sospecha que dirige en secreto unos proyectos muy peligrosos. Para salvar el cargo que ocupa ordena destruir todas las pruebas de esas actividades clandestinas. Con tal propósito envía a Yelena Belova al gigantesco laboratorio donde se realizaban los experimentos. Allí, la aguerrida joven se percata de que le ha tendido una trampa. En ella también han caído varios de sus letales enemigos. Así que decidirán unir fuerzas y recabar evidencias que inculpen a su jefa. Ignoran que antes deberán enfrentarse al poderoso Vigía (Sentry).
Los preámbulos se centran en la hermana de la difunta Viuda Negra, a la que cabe considerar como la protagonista principal. Paulatinamente, va ampliando el elenco de implicados y acercándose a su núcleo argumental. No importa que le cueste alcanzar el punto álgido, porque en esos primeros compases engancha completamente la atención. Desarrolla la trama de manera inteligible, pese a los distintos elementos que maneja. No faltan los vistosos momentos de peligro y acción aderezados por detalles sorprendentes.
El nacimiento de los Thunderbolts surge revestido de notas de humor, un apartado que recae fundamentalmente en el Guardián Rojo. Y a partir de ese instante el filme crece todavía más. Explora un nuevo universo psicológico que, licencias narrativas al margen, encaja sin estridencias en la historia.
El desenlace sorprende con un giro hábil e inesperado que tiene continuación en la segunda de las dos escenas poscréditos.
Sin contener imágenes memorables, los departamentos técnicos atienden convenientemente las exigencias del relato.
En cuanto al reparto, la versátil Florence Pugh (Midsommar, Oppenheimer, Vivir el momento) justifica las razones por las que es una de las actrices de moda en Hollywood. Sebastian Stan impone su carisma y David Harbour hace gala de la vis cómica que ya le conocemos.