Carlos Gil. Debo decir que me alegro. Y Sánchez, también. Puede parecer mentira, pero tengo la sensación de que sus intenciones estaban muy lejos de ganar esta votación de investidura. Ni le gustan los socios, ni le gusta, aunque no lo reconozca, contar con una mayoría tan minoritaria como la que le dieron las urnas del 28 de abril y de la que tanto ha presumido.
Sánchez no deja de ser un rehén de su pacto para la moción de censura. Aquella amalgama de partidos que tuvo que unir para alcanzar la Presidencia del Gobierno le van a dar muchos dolores de cabeza. No sé si, como le vaticinó Iglesias el pasado martes, volverá a ser alguna vez elegido Presidente del Gobierno, pero, de conseguirlo, le van a hacer pasar las de San Amaro. Es lo que tiene querer gobernar al precio que sea: que, luego, te lo quieren cobrar.
Es cierto que siempre defendí que habría un acuerdo in extremis, como la izquierda nos tiene acostumbrados, y acabaría siendo investido Presidente, aunque solo fuese por unos meses. Pero ni eso. Sánchez no es ya Presidente porque siempre se creyó con el derecho a serlo (y lo tiene) y la obligación de los demás partidos a votarle (y esa obligación es la que no existe).
Buscar un acuerdo sin ofrecer un acuerdo es como buscar agua en la playa estando de espaldas al mar. Y, en estos casos, aquello de la montaña y Mahoma no suele ser verdad. Despreciar a todos y pretender un apoyo incondicional no tiene cabida en la política actual (de hecho, tampoco en ningún otro momento lo tuvo). Esto es lo que me lleva a pensar que Sánchez no quería a Podemos, pero pretendía que fuese Podemos quien dijese que no quería a Sánchez. Y ha sido así, pero con muchos matices.
Aun así, sigo pensando que no habrá nuevas elecciones en noviembre, pero también estoy seguro de que será la bola de cristal de Tezanos quien tome la decisión definitiva. Si, como es habitual, las previsiones de voto para el PSOE salen muy por encima de lo razonablemente creíble, Sánchez no va a intentar una nueva investidura. Intentará que Podemos salga lo más dañado posible de este proceso de no-negociación y, con ello, vaciar un poco más su ya mermado granero de votos. Así, unas nuevas elecciones pueden darle un resultado más holgado, aglutinando el voto de la izquierda en torno a él y permitirle acceder al Gobierno en mejores condiciones de las que ahora se planteaban. Lo único seguro es que tendremos que seguir esperando a ver cuándo acabamos, por fin, con tanto proceso electoral. ¡Menudo año!
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