SUSANA GISBERT. /EPDA Si nada lo impide, este mes de octubre tendremos que decir adiós a la purpurina, ese brilli brilli que tantas niñas -y no tan niñas- hemos utilizado como símbolo de fiesta y glamur de andar por casa. En realidad, es una prohibición para “todas las partículas de polímeros sintéticos inferiores a 5 mm que sean orgánicas, insolubles, y resistentes a la degradación” por razones medioambientales y, aunque es comprensible y asumible, da cierta cosilla.
La verdad es que, en mi más tierna infancia, cuando uno de aquellos frasquitos diminutos de purpurina me hacía feliz, ignoraba que aquello pudiera tener todas las consecuencias que hoy conocemos. Lo único que me preocupaba es que mi madre, sobria por naturaleza, era poco amiga de adornarme con semejante cosa y cuando tenía purpurina a mi alcance era la niña más dichosa del mundo. Y la más brillante, si me dejaban. Daba igual que fuera en la ropa o en los zapatos, en la cara o en el cuerpo, bastaban aquellos puntitos que dejaban brillante todo lo que tocaba para hacernos felices, aunque fuera solo por un rato.
Curiosamente, poco cambió a este respecto entre mi infancia, la de mis hijas, y la de las niñas y niños de hoy en día. Cuando mis hijas eran pequeñas, les encantaba como me encantó a mí en su día que, en ocasiones señaladas, les pusiera purpurina en la cara o el cuerpo. Ahora mi hija también la usa como premio en ocasiones señaladas para las niñas con las que trabaja. Tres generaciones que poco tenemos que ver en nuestra forma de divertirnos, unidas por el brilli brilli. Para que luego hablen de brechas generacionales.
La verdad es que, si no fuera porque la conciencia medioambiental me atenaza, haría acopio de frasquitos para poder seguir echando mano de vez en cuando de brillos y oropel. Pero nuestro planeta bien merece este sacrificio. Espero que entre todos esos inventores e inventoras que idean ingenios de cualquier tipo, haya alguno que dé con la fórmula de una purpurina que no contamine.
Aunque lo que realmente necesitamos es que alguien dé con la fórmula para regalar un ratito de felicidad como nos daba esa purpurina hoy proscrita. A veces conviene hacer un viaje a la infancia para recordar con que poco nos conformábamos, escarbar en el baúl de los recuerdos para recuperar la sonrisa. Aunque esa sonrisa no vaya rodeada de ese polvo brillante que adorábamos. Porque para brillar nos es imprescindible la purpurina.
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