“¿Ustedes saben lo que pasó con los
griegos? ¡La homosexualidad los destruyó! Aristóteles y Sócrates eran
homosexuales. Todos lo sabemos. ¿Saben ustedes por qué cayó el imperio romano?.
Porque los seis últimos emperadores eran maricones”. (Richard Nixon)
Cinco siglos antes Vasco Núñez de Balboa
arrojó a cincuenta indios a los perros, para que los despedazaran, “porque para
ser mujeres sólo les faltan tetas y parir”. Aquella noche de 1513, Balboa
inauguró en las tierras panameñas el castigo del nefando pecado de la
sodomía. Eran los tiempos de la Santa Inquisición. Tiempos de nunca acabar.
La Iglesia católica, en vez de abominar
de la Inquisición y pedir perdón a sus víctimas, repite las antiguas
maldiciones. La Congregación para la Doctrina de la Fe (que es como se llama
ahora la Inquisición), declara el matrimonio de parejas del mismo sexo, «una
grave inmoralidad que contradice el plan de Dios y la ley natural». El Papa
Francisco, menos radical, llama a mantener “una actitud respetuosa y no
moralizante respecto de las personas que viven en esas uniones”. Si el
matrimonio heterosexual es una «ley natural», ¿por qué no se casan ellos? Y si
los homosexuales contradicen «el plan de Dios», ¿por qué Dios los hizo así?
Entre todos los placeres que merecen el infierno, el amor homosexual es,
todavía, el más ferozmente reprimido.
Bush llamaba «legalización del Mal» al
matrimonio gay. Quizá por eso en algunas ciudades de EEUU, bandas de puritanos
recorren las calles torturando, mutilando y asesinando a quienes, por el solo
hecho de existir, constituyen un escándalo público. Esta atrocidad ha sido
disfrazada de normalidad por el machismo y la estupidez armada, y la han
convertido en costumbre.
La Corte Suprema de los Estados Unidos
reconoció el 26 de junio del pasado año 2013 el matrimonio gay en, y 19 Estados
la han legalizado. En New Hampshire, los fieles de la Iglesia Episcopal eligen
un obispo homosexual. Ahora hay bodas homosexuales en Bélgica, Dinamarca,
Holanda, Suecia Noruega, Finlandia, Islandia, Francia, Alemania, Hungría,
Croacia y España. Estos actos de libertad, de tolerancia y de salud mental, no
son regalos: son conquistas. Son el resultado de la porfiada lucha de gays,
lesbianas, transexuales, contra la discriminación y la violencia.
Para los intolerantes los/as
LGTBI (Lesbianas, Gais, Transexuales Bisexuales, e Intersexuales) están
malditos en la tierra y en el cielo. Pero, como canta Milton Nascimento:
“Cualquier manera de amor vale la pena”. Ellos y ellas, los raros, los
“enfermos”, los despreciados, están generando algunas de las mejores noticias
que nuestro tiempo trasmite a la historia. Armados con la bandera del arco
iris, símbolo de la diversidad humana, ellas y ellos están socavando una de
las más siniestras herencias del pasado.Los muros de la intolerancia empiezan a
caer. Esta afirmación de dignidad, que nos dignifica a todos, nace del coraje
de ser diferentes y del orgullo de serlo.