Carlos Gil. La frase del
título no es mía. Es
de Alfonso Guerra, que la pronunció esta semana refiriéndose
al cambio de rumbo
que Pedro Sánchez ha dado, una vez más, a la política del PSOE
en su visión
sobre el independentismo catalán. Quien hasta ahora había
evitado acercarse al
Gobierno, por si alguien podía confundirlo y dar por hecho que
se había
olvidado del “no es no”, se ha dado cuenta, de repente, que
las teorías de las que
pretendía alejarse no eran las de Mariano Rajoy sino las de la
Constitución
Española.
No creo
necesario aclarar que, en
el espectro ideológico, D. Alfonso y yo estamos ubicados en
hemisferios
distintos, pero tampoco puedo dejar de reconocer que hay
ocasiones en que la
coincidencia de pareceres es plena, como ocurre en este caso.
Siempre que se
pone sobre la mesa
un asunto de suficiente calado (no necesariamente de la
trascendencia de este
que nos está ocupando en los últimos meses), podemos asistir a
un desfile de
postureo, de miradas de reojo, de vaguedades e indefiniciones
que, lejos de
pretender marcar una línea de acción al respecto, pretenden
evitar que se les
pueda identificar con la línea ideológica del contrincante
político.
Lo vimos ya con
las duras políticas
aplicadas para corregir la caída en picado de nuestra economía
cuando, lejos de
dar apoyo alguno al Gobierno en la difícil tarea de revertir
una situación muy
comprometida para un importantísimo número de familias y
preocupante para el
resto, la oposición (casualmente coincidente con el Gobierno
que nos había
llevado a esa situación) centró sus esfuerzos en subrayar la
dureza de las
medidas adoptadas.
Lo estamos
viendo con el
president Puig y sus socios del Botànic, donde prefiero pensar
que las
coincidencias en el tema independentista son también
testimoniales, pero donde
la estrategia de derribo a cualquier aspecto que sea o se
parezca al Partido
Popular impera sobre la necesidad de marcar una línea
ideológica acorde a la
que defiende su Partido en el conjunto de España.
La política, en
general, necesita
ser bienvenida al mundo de la responsabilidad. Hasta ahora,
quien impera es la
estrategia, la desnudez del contrario, el ansia por dejar en
evidencia a todo
aquello que no mejore las expectativas electorales, pero la
ciudadanía lleva ya
tiempo reclamando responsabilidad a sus dirigentes, por encima
del continuo
recuento de votos a que se somete cada decisión sobre nuestro
futuro.
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