Carlos Gil. Dijo
un día Alfonso Guerra que
cuando ellos se fueran, a España no la iba a conocer ni la
madre que la parió.
Yo no sé lo que quedará de esta España cuando acabe la etapa
de gobierno de
Pedro Sánchez, pero sí puedo decir que me está entrando un
poquito de vértigo
con tanto cambio repentino como llevamos en el último mes.
Aquí, quien se
pierda un telediario, se queda fuera de juego en la
conversación del bar.
Quienes
lean habitualmente mis
artículos de opinión, sabrán que no soy un asiduo futbolero y
que ni siquiera
me parece normal que la vida del país gire en torno al
calendario de la Liga, pero
eso no es óbice para saber que el fútbol es un punto central
en la vida social
española. Por eso, hay pocos acontecimientos comparables al
terremoto social
que supone cambiar de seleccionador un rato antes de debutar
contra Portugal
(que también es tener mala suerte en el sorteo, porque hay
informativos que no
acaban de dejarme claro cuál de los dos equipos es el
nuestro).
No
voy a entrar a cuestionar si
la decisión es acertada o no, porque no tengo ninguna
intención de hacerme
pasar por entendido en estos temas. Al fin y al cabo, se suele
decir que todos
tenemos un seleccionador dentro, y no van a faltar candidatos
a preparar la
alineación de cada partido, pero supongo que hubiese costado
poco callar a
tiempo y esperar unas semanas para anunciar el nuevo fichaje
del Real Madrid.
Caso
opuesto, aunque nunca un
Ministro de Cultura podrá eclipsar a un seleccionador
nacional, es la dimisión
de Màxim Huerta por haber callado a destiempo sus “pequeñas
diferencias” con
Hacienda en un pasado no demasiado lejano. Si record es el
cese de Lopetegui a
dos días de empezar el Mundial, también lo es el cese de un
Ministro (además,
uno de los fichajes estrella de Sánchez) a menos de una semana
de haber jurado
el cargo. La altura a la que puso el listón de las buenas
prácticas económicas
su jefe, cuando estaba en la oposición, le ha costado el cargo
sin apenas darle
tiempo a notar las incomodidades del sillón. Es hora de
empezar a pensar que esa
“jauría”, a la que la izquierda lleva alimentando tanto
tiempo, puede volverse
contra ellos a cada patinazo porque, en los tiempos de
Internet, nadie puede
hacer callar a las hemerotecas.
En
esta España de vértigo, ya no
hay ni plazos ni carencias, y habrá que aprender bien cuándo
se debe hablar y
cuando se debe callar. En horas, se puede pasar de la máxima
confianza al cese,
así que cuidadito con los que tenemos costumbre de despedirnos
“hasta mañana”,
no vaya a ser que mañana sea otro quien salude por nosotros.
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