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Estamos
acostumbrados a que los corruptos no vivan cerca de nosotros. Salen por la tele
y nos resulta fácil desvincularnos emocionalmente de ellos. Es fácil
menospreciar a quien no conoces.
La palabra
corrupción se ha usado tanto que sirve para desviar la atención o para
centrarla. Así algunos políticos dicen que no han dado indultos a corruptos
porque no fueron condenados específicamente por corrupción. El famoso límite
legal que el PPSOE pretende imponer cuando el verdadero límite es moral.
Desconozco si el
Secretario de Canet y la ex alcadesa de la Pobla serán condenados ni cuando lo
podrían ser. Camps no fue condenado judicialmente pero ha recibido una
magnífica condena social. Allá él si se conforma con la vergüenza de que todos
sepamos para siempre que es un golfo y un caradura.
El caso que cuenta
El Periodico de Aquí en este número me reafirma en la idea de que hay que
acabar con la Cultura de la Transición. Esa cultura idealizada por el Régimen
del 78 y que nos cuentan tan chula llena de pactismo donde el punto medio
siempre cae del mismo lado. Pero sobre todo esa cultura heredada del
franquismo de impunidad de la clase dirigente.
Siguen creyendo que
pueden hacer lo que quieran, y aún sabiendo que hacen algo mal siguen creyendo
que pueden taparlo para siempre. Se llame Pujol o se llame Sancho. Creen que
pueden tapar sus trapicheos sin repudio social simplemente porque puede que no
se puedan probar como delito.
El repudio penal me resulta indiferente. Un caradura es un caradura. Un
sinvergüenza es un sinvergüenza. Y cuando se les ve de cerca, hay que ser
todavía más valiente para denunciarlos y repudiarlos.