Susana Gisbert Somos varias las generaciones que, cuando oímos hablar de “cerca y lejos”, “derecha e izquierda” o “arriba y abajo” viajamos de inmediato con la mente a un conocido barrio, Barrio Sésamo. Allí, Coco, un encantador monstruito azul, nos enseñaba cada día, inasequible al desaliento, las diferencias entre todos estos conceptos básicos.
Coco nos mostró, con sus paseos atrás y adelante, la diferencia entre lejos y cerca. Ahora estoy lejos, ahora estoy cerca. Pero lo que no nos enseñó es la diferencia en la importancia de las cosas según lo lejos que se encuentren y salvo, claro está, que exista algún motivo extra para colarse en el ranking de nuestras preocupaciones.
Recordaba estas diferencias cuando, en estos días, veía algo -poco- en relación con los miles de muertos causados por este resurgimiento del virus del Ébola, si es que alguna vez dejó de estar ahí. Apenas si hemos hecho caso. Unos pocos segundos del informativo hablado alguna vez y, con un poco de suerte, una referencia genérica al recuento de fallecidos en los rótulos que corren por debajo de las imágenes de cualquier otra noticia.
Me acordaba de lo mucho que nos alarmamos en su día. De las horas de información que dedicaron a la muerte de un sacerdote español contagiado allí y el contagio de una de las sanitarias que lo trató aquí y que, por fortuna, pudo recuperarse, aunque jamás pudo volver a su perro, sacrificado porque lo entendieron necesario. En aquellos días el sacerdote, su comunidad, la auxiliar de enfermería, la mascota, el hospital y todo lo que pudiera relacionarse con ellos hicieron correr ríos de tinta. ¿Y por qué, cuando el problema era mucho más grave en el lugar de donde venía? Pues, eso, porque ahora estaba cerca. Y antes estaba lejos. Y, aunque Coco hiciera que parecieran dos cosas comparables, no lo son.
En su momento nos asustó mucho la cosa, aunque hay que reconocer que no desde el principio, más allá de recordarnos a alguna película de intriga. El momento en que se nos saltaron las alarmas fue cuando, al trasladar al sacerdote contagiado a nuestro país, nos trajeron toda la dimensión de ese drama humano que es una epidemia, Y se disparó la preocupación cuando comprobamos que, a pesar de todos los medios de prevención, de los trajes protectores y todo tipo de aislamiento, era posible el contagio, con lo que ello supone.
Eso era cerca. Lejos, lo que aquí era excepción por el escasísimo número de casos era regla general y lo que aquí eran todo tipo de medidas preventivas allí era casi ninguna de ellas. Pero el miedo es libre y es, además, un buen tema para vender periódicos o ganar audiencias. Aunque sea duro reconocerlo.
Ahora mismo hay un recrudecimiento de la crisis del Ébola en el continente africano, con todas esas cosas que ayudan al bicho a expandirse como son la pobreza y el desconocimiento. Pero están, aunque no abran informativos ni ocupen portadas. Ojalá se reaccione sin necesidad de que el mal se exporte -y ojalá esto no ocurre- y se ponga en marcha la verdadera solidaridad. Porque hay muchas personas pasándolo mal fuera de España, más allá de esos países que dan rédito político.
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