Hubo un tiempo, dentro de esos años llamados “felices veinte” del siglo XX en el que las faldas femeninas se acortaron, alargándose y creciendo a la vez las aspiraciones sociales de una buena parte de sus portadoras, que comenzaron a reclamar su lugar en la sociedad que surgió con aires de cambio después de la mayor carnicería que hasta entonces había sufrido la Humanidad.
Ellas fueron las que mientras sus hermanos, maridos o hijos mataban y morían en los frentes durante la entonces llamada Gran Guerra de 1914 a 1918, soportaron el peso de la producción en los países beligerantes, ocupando la mayoría de los puestos de trabajo abandonados por los hombres y, haciéndolo tan bien como ellos. Nada iba a ser ya igual para ellas.
España – afortunadamente - no participó en esa carnicería (el Destino nos tenía reservada nuestra carnicería particular unos años más tarde…) pero, como no podía ser de otra manera, fue influida por los tremendos cambios sociales de la posguerra europea y, a un nivel que hoy nos puede parecer frívolo o ingenuo, o ambas cosas a la vez, surgieron eventos relacionados con la mujer que, con mayor o menor fortuna, llegan hasta nuestros días: los concursos de belleza.
Así, en 1927 y de la mano de una firma distribuidora de películas norteamericanas en Europa Central y del Este, penetró en el Viejo Continente una nueva y exitosa técnica de captación de jóvenes bellezas, exclusivamente femeninas, cuyo reclamo era, para quien se alzara con el cetro en competiciones tanto nacionales como de carácter internacional, la concesión de un papel protagonista en una película producida por una importante compañía cinematográfica norteamericana. Esa era la intención declarada, pero, la principal era la difusión internacional del estilo de vida americano, con su enorme carga de glamour, culto al cuerpo y al deporte entre la juventud europea, utilizando el cine como correa de transmisión, inaugurando a la vez la era del consumismo de masas, tan necesario para la potentísima industria norteamericana.
Nuestro país entró en el juego en 1929, aunque apartándose ligeramente de la estrategia empleada en Centroeuropa. Fue el diario ABC el que organizó el primer concurso de “misses”, convocando a las bellas previamente seleccionadas en algunas capitales de provincia. Ese año la ciudad de Valencia seleccionó a Josefa Samper Bono, popularmente conocida como Pepita Samper, alzándose con el primer puesto, convirtiéndose así en la primera Señorita España - como entonces se denominó a la concursante galardonada - de la historia.
Debido al luto nacional por el fallecimiento de María Cristina de Habsburgo-Lorena, madre de Alfonso XIII, el 6 de febrero de 1929, la valenciana renunció a participar en el concurso de Miss Europa, lo que le agradeció al monarca personalmente.
Ya en tiempos republicanos el Canyamelar dio dos Miss Valencia al concurso nacional, la primera fue Amparo Albors Serrano (1914-2001), quien reunió en la lozanía y belleza de sus veinte años un magnífico triplete: Fallera Mayor de la Falla Barraca (la actual Barraca-Travesía de la Iglesia del Rosario) 1934; Fallera Mayor de Valencia 1934 y Miss Valencia 1934. Además, representó durante años en las procesiones de la Semana Santa a la Madre Dolorosa en la Real Cofradía de la Santa Faz del Canyamelar.
Sin solución de continuidad, como si el Canyamelar fuera un fértil vivero de bellezas invencibles, al año siguiente se alzó con el título de Miss Valencia María Rams Serrano (1918-2019) que, si no reunió en su gentil figura tres títulos como su antecesora, sí gozó de igual fama y honores que ella, siendo dignísima rival, en una mágica noche en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, de quien alcanzó el título de Miss España 1935: la tinerfeña Alicia Navarro Cambronero, proclamada Miss Europa ese mismo año en Londres. Como era esperable de una belleza cañamelera, siendo una niña, encarnó el personaje de La Fe en la Real Hermandad de la Santa Faz en 1927 y, más tarde, el de Claudia Prócula (esposa de Poncio Pilato) en la Hermandad del Stmo. Cristo de los Afligidos del Canyamelar de la Semana Santa Marinera.
Canyamelar y Belleza: tanto monta, monta tanto.
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