Mónica Caparrós. Me
imagino a mí misma intentando convencer a mi abuelo cuando tenía 30
años (permítaseme el atrevimiento literario) de que en un futuro la
gente no tendrá que comunicarse cara a cara, que no será necesario
compartir vivencias para considerar a alguien amigo y que, pese a
todo, nuestras relaciones humanas se sustentarán con los mismos
principios: fidelidad, respeto, comprensión... Y todo esto
únicamente por que el medio a través del que nos relacionamos es
completamente diferente.
Si
extrapolamos esta novedosa situación sociotecnológica al nivel de
las relaciones culturales, vemos que el paralelismo es casi, casi
total.
Por
un lado la curiosidad, las tendencias, la necesidad de saber. Por
otro el acceso directo, inmediato, urgente, la rapidez, la eficacia.
No está mal.
Pero,
(siempre hay un pero) ¿cómo adaptamos todo este maremagnum de
novedades, de hilos, de estrategias, de conductos a la realidad
cultural de nuestro municipio?.
Entendemos
necesario actualizar y dar relevancia a los nuevos dispositivos. Dar
prioridad a internet, que todo esté a nuestro alcance en un solo
clic. Que quiero un libro, lo descargo. Que necesito saber
urgentemente en qué año Bru i Vidal publicó su primer poema, lo
consulto... es fácil, es ágil, pero ¿es suficiente?.
El
nuevo concepto de ciudad va ocupando poco a poco su espacio. Ya no
nos conformamos, ya no nos ceñimos a la costumbre, porque la
costumbre es algo que cambia invariablemente con el tiempo. Debemos
adaptarnos. Encontrar la manera en que la tecnología, los espacios,
el tiempo estén hechos y dirigidos a una población que reclama,
cada vez más, volver a ocupar las calles, recuperar lugares
restringidos y obsoletos. Conceptos como el de Centro Cívico, que
cumplan realmente con la función que le imaginamos. Debemos ser
capaces de atender la demanda, una demanda abstracta que no se mide
en metros, ni euros. Una demanda que, en todo caso, podría medirse
en curiosidad. Y claro, nadie sabe cómo se computa eso. Necesitamos
concebir espacios que atraigan a la gente, espacios que puedan ser
usados sin sentir que “vamos a romper algo”. Amplios, cambiantes,
útiles... ampliar el concepto de uso y hacerlo sabiendo que ya no
vale sólo el espacio físico en si, que ahora hay que contar con
todo el engranaje tecnológico que forma, indiscutiblemente, parte
natural de nuestras vidas. Dar a la población bibliotecas,
ludotecas, parques, aire, juego, conocimiento, tranquilidad,
aprendizaje... Formar espacios donde el respeto hacia la diversidad
sea la tónica, espacios donde quepamos todos y todas. Formar
espacios para formarnos, no necesariamente en el constreñido sentido
curricular.
En fin, todo esto es divagar. Pero es cierto que es necesario tener un
objetivo para lanzarnos hacia el. Y mira, tenemos un objetivo y nos
apetecía compartirlo.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia