José Manuel MoraNo seré yo quien, ahora, venga a demonizar el botellón, algo que "per se" es ilegal y está prohibido por las respectivas normativas municipales, a lo largo y ancho de nuestra geografía. Por tanto, si está prohibido, ( pero poco sancionado ) es porque, como mínimo, no es una buena práctica, tanto en su dimensión social, como de salud pública.
Dicho esto, y sin ánimo de pontificar que, dicho sea de paso, desde niño me dijeron que solo se podía hacer desde Roma, tan solo me limitaré a describir de la forma más aséptica posible, - para que ustedes deduzcan las conclusiones - mis vivencias sobre este tema, (jamás practicado por mí), desde la adolescencia, pues en poco más de medio siglo, en este país se ha pasado del guateque al botellón y, últimamente, al macrobotellón, (sobre todo en las zonas universitarias) y desde que esta puñetera pandemia ha empezado a remitir, más o menos desde este verano, a los macrobotellones violentos, vandálicos y desvalijadores, con motivo de las fiestas y "no fiestas".
Un fenómeno en el que aún estamos inmersos por desgracia - y lo que te rondaré morena - al rebufo de los populismos gobernantes en bastantes pueblos y ciudades, en donde los responsables políticos meten la cabeza bajo el ala y miran para otro lado, no ejerciendo "la autoridad debida".
Pues bien, y volviendo a mis vivencias, amigos y la gran mayoría de adolescentes de mi generación (años sesenta-setenta) que por cierto, vivíamos marcados y subyugados por el asfixiante franquismo, hacíamos reuniones (o guateques, que viene a ser lo mismo) un sábado en casa de uno, otro sábado en casa de otro, y así sucesivamente o, en época estival, en quien ponía a disposición de todos, el chalet de sus padres. Todos (las chicas, no) pagábamos a escote las bebidas refrescantes, (básicamente Coca-Cola, Fanta naranja y limón, y tónica) algo de picar tipo snaks, y el que "ponía' su casa - previa ausencia consentida de los padres - ponía el alcohol (básicamente ginebra y ron para los cubatas) y los aparatos de música como el tocadiscos o el radiocasete, que cuando las chicas ponían música movida, bailaban ellas solas y, cuando nosotros poníamos música lenta - tipo Simon y Garfunkel - para bailar "agarrao" y así subir la temperatura del cuerpo, especialmente en una determinada zona, ellas eran bastante reticentes al ¿ bailas ? al principio, pero luego....
No obstante, de esas reuniones, salieron bastantes noviazgos que acabaron en matrimonio, que era lo que se llevaba en la época.
Conforme pasaba el tiempo, también salíamos a tomar cervezas por ahí, según zonas : los progres al barrio del Carmen, los pijos a Cánovas, los neutros apolíticos a las tascas de la calle de La Paz y adyacentes. Poco a poco iban surgiendo otras zonas de "pafetos" como Pelayo, barrio de San José, Juan Llorens, plaza Honduras, Eugenia Viñes, y míticas discotecas que surgían en los 60/70 como Caniche, Woody, Distrito 10, etc, otras alejadas de la City... ¿ Dónde va la gente ?, al Bonny de Torrente, y así, década tras década, hasta llegar a la mítica e internacional Ruta del Bakalao, en los noventa.
Todo ello transversal en cuanto a edad, que abarcaba desde la adolescencia a la pre-senectud.
Pues bien, ahora tanto adolescentes como jóvenes y no tanto, rinden culto al botellón. Moda que está arrasando, en todas las acepciones del término, con TODO; básicamente con locales de ocio nocturno, con parques y jardines, con las urgencias hospitalarias (por comas etílicos y heridas por reyertas y accidentes varios), con el descanso vecinal, etc. Un fenómeno, desde mi punto de vista, a erradicar de forma paulatina pero contundente, sobre todo a base de educación, concienciación y represión debida y mesurada, pues es algo muy lesivo para los derechos más básicos de esta sociedad y no se puede, ni se debe, permitir.
Cada uno que ponga sus soluciones, si las tiene, encima de la mesa, sobre todo, los que cobran del erario público. Doctores tiene la iglesia y yo, hoy por hoy,
sigo sin querer pontificar.
Yo simplemente soy un "alegre jubileta", con sentido crítico, éso sí, que pone de manifiesto estos problemas y otros más, para denunciar ante la opinión pública hechos que generalmente son reprobables por una gran parte de la sociedad valenciana y española, sin pretender ser sociólogo, psicólogo, médico o sentar cátedra de algo en que no soy doctor (no como otros, que encima gobiernan).
Simplemente ejerzo mi libertad de expresión, con toda la ironía y sarcasmo del que soy capaz, haciendo comparaciones obvias, recurriendo al sabio refranero y poniendo el espejo frente a los políticos narcisistas para que vean lo feos que son, y así, a la hora de la verdad - la hora de votar - atinemos, dándole puerta a populistas y sectarios como la Colau, que está dejando hecha unos zorros (con la inestimable ayuda de los indepes) una ciudad cosmopolita, bella, dinámica y emprendedora.
Por desgracia, aquí Ribó sigue su ejemplo y así, aparte de otras muchas cosas malas que ya he señalado de él, demoniza y crítica a las fuerzas de orden público, a la vez que ensalza y alienta a los que participan en algaradas callejeras, algo de lo que no nos tenemos que olvidar nunca.
Está llegando la hora de Valencia y de la Comunidad Valenciana.
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