Susana Gisbert. /EPDAEste domingo celebrábamos la festividad de la Virgen de los Desamparados, nuestra patrona. Una de las celebraciones más arraigadas en nuestra tierra, más allá de profesar o no profesar la religión, de practicarla o no. Porque, por alguna razón mucho más compleja de lo que parece, la devoción -o como quiera llamarse en términos menos piadosos- a nuestra Maredeueta va mucho más allá.
Para quien no lo sepa, el término Maredeueta deriva de Mare de Déu -madre de Dios- a la que se aplica ese diminutivo tan nuestro como muestra de cariño. También la conocemos como Geperudeta, una construcción que viene de “gepa”· -joroba-, en referencia a la peculiar forma que tiene la imagen, que tiene una marcada curvatura en la parte de la espalda que corresponde al hueco que tenía para albergar en su interior los ataúdes de aquellas personas tan pobres que no podían pagarse ni un entierro. Es decir, los desamparados, a los que debe su nombre nuestra patrona y, con ella, muchas niñas y mujeres valencianas, por más que en los últimos tiempos los nombres tradicionales han cedido terreno a otros más originales o modernos.
Tal vez sea ese carácter popular con el que nació, por esa advocación a los pobres, o por una serie de circunstancias, la Virgen de los Desamparados sigue siendo un personaje popular en nuestra tierra. No hay más que asomarse para comprobarlo a cualquiera de los actos que se celebran esta semana para comprobarlo: dansaes en sus distintas versiones, misa descoberta y misa de infante, Traslado o procesión. Y, fuera de esta fecha, nuestra imprescindible Ofrenda u otros actos como el Besamanos. Y, si alguien no me cree en cuanto a la popularidad de nuestra Mredeueta, que pruebe a pedir fecha para una boda en la Basílica y lo comprobará, porque hay que armarse de paciencia.
Más allá del folklore, cabría preguntarse por qué, en una sociedad cada día más descreída, la imagen de la Mare de Déu dels Dessamparats sigue levantando pasiones, unas pasiones que hasta rozan el exceso. No hay más que ver y escuchar lo que ocurre en el Traslado, donde la gente se agolpa hasta que no cabe un alfiler para llevar y ver como se lleva la imagen de un lado a otro de la plaza. Y no sabría darle explicación, pero es un hecho, que yo misma vivo en mis carnes.
Supongo que es el sentimiento de pertenencia a una tierra y a unas tradiciones, aunque hay mucho más. A mí me gustaría pensar que el hecho de que sea la Virgen de los que no tienen nada también influye. Porque eso, se crea o no, me da esperanza. Que buena falta nos hace
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