María tiene unos 47 años y trabaja cerca de las Cortes Valencianas. El día 9 de junio salió de su trabajo, quería mostrar su desacuerdo con los políticos que, imputados por corrupción, siguen ocupando cargos públicos. Estando parada en la calle, un policía le partió los labios de un golpe que la dejó en el suelo un largo rato. Al recuperarse, lejos de estar asustada por lo ocurrido, estaba fuerte, indignada y todavía más convencida de las razones que le habían llevado aquella mañana a las inmediaciones de las Cortes a alzar sus manos desnudas a modo de protesta pacífica contra la corrupción política.
María había acudido convocada por el movimiento 15M, que lleva ya más de un mes instalado en la Plaza del Ayuntamiento y en muchos barrios y pueblos valencianos. Un movimiento compuesto por un gran número de personas, de todas las edades y de muy distintas procedencias, unidas por su voluntad de recuperar los valores democráticos, por acabar con la degeneración política, por recobrar los derechos sociales que se han ido deteriorando a lo largo de los últimos años, por compartir los principios de respeto, solidaridad e igualdad como base para la convivencia en nuestros pueblos y ciudades.
Vinculado al icono de la Plaza del Ayuntamiento, convertida en símbolo de la convivencia, el debate, el aprendizaje colectivo y los modelos de decisión asamblearia, el 15M va mucho más allá de una reacción pasajera y de una ubicación concreta. El discurso, tan cercano como potente, toca las conciencias y la vida real de la gran mayoría de personas que nos rodean, aquellas que no están entre el selecto club de los privilegiados que no se preocupan por la corrupción política, por conservar su trabajo, por quien gestiona su día a día o por cómo pagar su hipoteca.
El 15M también va mucho más allá de la criminalización a la que se le somete, particularmente en los últimos días, por la actuación de algunas personas que toman la violencia como vía de acción. Desde el principio hemos renegado y condenado la violencia, tanto la policial, que nos ha golpeado directamente, como cualquier otra estrategia que implique la lesión de los derechos fundamentales del resto de las personas. Entre las conductas violentas frente las que alzamos nuestra manos desnudas podemos enumerar, entre otros, los daños medioambientales provocados por la explotación urbanística, la violencia que provocan los desahucios, la que provoca el desempleo de larga duración, la que provoca la discriminación por razón de sexo, género o nacionalidad, la que provocan las guerras y las “misiones de paz” militares y por supuesto también la ejercida por unas pocas personas que tergiversan nuestro mensaje para utilizarlo como excusa de actuaciones agresivas que, desde luego, no nos representan.
La vía más fácil para desprestigiarnos es reducir este mes de reivindicaciones pacíficas a unos momentos de violencia provocados por aquellos que entran en la multitud para provocar enfrentamientos. No vamos a caer en el desánimo ni en la desmovilización derivada del miedo, esa es una vieja trampa. Las protestas ante los parlamentos tienen un motivo claro con plena vigencia, los corruptos, los que legislan contra los intereses de la mayoría, con recortes sociales y con desprecio por el bienestar general, no nos representan.
Por ello, las protestas pacíficas pero claras seguirán hasta que el mensaje sea escuchado y se avecinan grandes citas. El 16 y el 19 de junio, saldremos a la calle por cientos de miles para sumar a nuestras reivindicaciones nuestra indignación por las medidas económicas que favorecen a los bancos y condenan a las personas con recortes sociales, porque esta crisis no la pagamos nosotros. Y tras el 19, marchas, asambleas, organización en barrios, acciones innumerables y todo ello, con nuestras manos desnudas, nuestros valores y nuestra inteligencia como toda arma de construcción masiva.
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