El Poeta, de Egon Schiele. EPDA
De regreso al hogar de Théophile-Alexandre Steinlen. EPDA
La Sargantain de Ramon Casas. EPDA
Hasta el 26 de abril tenemos la oportunidad de mirar cara a
cara a algunos de los protagonistas de la Belle Époque en el antiguo convento
del Carmen, un marco incomparable para esta muestra en la ciudad de
Valencia. Las estancias que durante siglos acogieron rezos y silencios
son, tras un complejo proceso de restauración, escenario del exposiciones y
conciertos. En el corazón de la ciudad, en la calle Museo nº 2, podremos
visitar de manera gratuita esta muestra hasta el 26 de junio, de martes a
domingo de 10 a 20 horas.
La Belle Époque es el nombre, a principio despectivo, con el
que se conoce a la época que transcurre entre la Guerra franco-prusiana y la
Primera Guerra Mundial. En este transcurso los cambios se suceden en Europa en
todos los ámbitos. La aparición de nuevas tecnologías y nuevas prácticas
económicas trajeron el nacimiento del capitalismo y con él un nuevo modo de
generar riqueza y pobreza. El proletariado era la sombra inmensa de una
burguesía poderosa que creía tenerlo todo a su alcance. La alegría vital con la
que la nueva clase alta se sienta en la cúspide social abonó el terreno para que
la creación artística estuviese, durante estos años, a su servicio.
La muestra, que es una visión renovada de un periodo
pictórico eclipsado por la fuerza y la novedad de otras formas artísticas
desarrollas al mismo tiempo, como el impresionismo, está articulada en torno al
retrato. Este es el hilo conductor que poco a poco nos hace entender una línea
evolutiva con frutos excepcionales. Frente a frente, personajes anónimos,
nobles, burgueses, artistas e intelectuales nos miran envueltos entre colores y
pinceladas maestras.
La mayoría de las 78 obras no habían estado nunca en nuestro
país, incluso hay varios Sorollas que no se habían expuesto antes en Valencia.
Una treintena de instituciones y museos nacionales como la Casa de Alba, Patrimonio Nacional e internacionales
como el Petit Palais de Ginebra, Tate Galery de Londres, Leopold Museum de
Viena o la Galería Tretiakov, entre
muchos otros, han posibilitado reunir en la capital del Turia un total de 78 obras. La
muestra, que ha supuesto un gran esfuerzo organizativo y económico por parte de
la Generalitat Valenciana y La Caixa, con cerca de un millón de euros de inversión, se
trasladará posteriormente a la ciudad de Barcelona.
El listado de autores que componen la exposición es
abrumador y suma un total de 42, entre ellos contamos a Boldini, Sargent,
Sorolla, Klimt, Munich, Vrubel, Tolouse-Lautrec, Serov, Kokoschka, Anglada
Camarasa, Schiele, Casas y Kirchner. Tres generaciones en las que evidenciamos
un interesante cambio en las ideas y formas del arte. En el punto de partida
están los retratos de sociedad decimonónicos que, herederos del retrato de
aparato anterior, intentan representar al protagonista dentro de la dignidad que
su posición social le otorga. Poco a poco la pincelada se va soltando, el color
estalla y entramos en una forma de retrato cargado de símbolos con un lenguaje
nuevo que se utiliza para captar la espiritualidad del retratado.
Nada más entrar nos recibe el magistral retrato que Sorolla
realizó del joven Alfonso XIII. Éste ha sido cedido por Patrimonio Nacional y
actualmente cuelga de las paredes de la residencia privada de los Príncipes de
Asturias, al parecer es uno de los recuerdos familiares a los que más apego
tiene el Rey. El colorido vibrante y la pincelada audaz muestran una vitalidad
que nos incita a advertirle al retratado de los tristes días que le esperan en
el exilio. Junto al rey encontramos el retrato de una mujer singular, olvidada
por la historia pero que en su época escandalizó a la buena sociedad europea.
Es la Infanta Doña Eulalia. Hija de Isabel II, casada con su primo, el
primogénito de los Duques de Montpensier, odió a su marido y vivió libre por
todas las cortes europeas. Fue uno de las representantes más cosmopolitas de la
monarquía en aquella época en la que su estilo de vida moderno no la hacían deseable en la rígida corte española. Ella se atrincheró en los privilegios
que le otorgaba su clase para hacer frente a aquello que se interpuso en su
camino. De ella queda poco hoy en día, al menos este retrato genial que le
firmó Boldini.
Una mención especial merece el espacio dedicado en la
exposición a Tolouse-Lautrec y sus instantáneas de la noche parisina. Tras él,
un rosario de retratados que nos describen el mundo del que procede nuestro
modo de vida. El colofón no desmerece una muestra brillante, 'El poeta' de
Schielle, como punto y seguido para una iniciativa cultural que ha situado a
Valencia en primera línea y que esperemos que, junto con otras instituciones y
museos de la Comunitat, se mantenga por mucho tiempo.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia