Cigarrets gibraltarenys. /EPDA Ahora que tanto se habla de las consecuencias del descubrimiento de América para los pueblos de ambos lados del Atlántico será oportuno recordar el impacto que algunos productos americanos produjo, tanto en la economía como incluso en la demografía europea.
Son de todos conocidas algunas de esas plantas ultramarinas: la patata, el tomate, el pimiento, el maíz, etc., pero la reina de todas ellas es la Nicotiana Tabacum, originaria de Yucatán (Méjico), llamada popularmente tabaco.
El médico y botánico Charles de L’Eclúse (1525-1609) afirmaba a poco de su introducción en Europa: “El tabaco es un remedio universal para toda clase de enfermedades”, pero no todos pensaban igual, así, en el Imperio Otomano se ejecutaba a los fumadores; en Rusia se azotaba a quienes fumaran en las iglesias; en Inglaterra el rey Jacobo I (1566-1625), enemigo del tabaco, desaconsejó su uso; naturalmente, no se le hizo ningún caso y se lanzó entonces el rumor de que causaba impotencia. Aquello ya era otra cosa… En Suiza, el Consejo de Berna prohibió terminante su uso en 1661 por ese mismo motivo.
Los españoles solían fumar las hojas de tabaco arrolladas (en forma de un cigarro tosco) mientras que en el resto de Europa se fumaba en pipa. El puro, de origen español, heredero del original rollo o “tizón”, comenzó su fabricación oficial en 1731 en las Reales Manufacturas de Sevilla. Según los entendidos, hay 36 maneras de fumar un puro. Se dice también que el rey Fernando VII humillaba a ciertos cortesanos regalándoles puros babeantes previamente empezados por él.
En el citado siglo XVIII la nobleza dejó de fumar - no hablemos ya de mascar hojas de tabaco -, decantándose por aspirar rapé (tabaco finamente molido). El tabaco molido se mezclaba con almizcle y agua de rosas, siendo célebres aficionados al rapé Voltaire, Newton, Locke, Kant, Luis XV y Federico II.
El siglo XVIII “democratizó” el tabaco, creándose el cigarrillo, igualmente de origen español, poniéndolo, sobre todo en el siglo siguiente, al alcance de todos los bolsillos. Ante ese uso masivo, los gobiernos de las principales naciones europeas se aprestaron a sacar todo el beneficio económico posible del generalizado placer de fumar, prohibiendo el cultivo de tabaco en sus territorios y gravando tremendamente la importación del mismo, creándose un monopolio gestionado por la Corona a través de la llamada Renta del Tabaco, centralizada en la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla, resumiendo: para no incurrir en delito solo se podía fumar tabaco del rey.
Ello fomentó, inevitablemente, el contrabando, lucrativa actividad que afectó a todos los sectores sociales en general, principalmente a los radicados en puertos importantes de la extensa costa española. Un elemento a tener muy en cuenta en aquella actividad delictiva fue la colonia británica de Gibraltar, verdadero “buque nodriza” del contrabando tabaquero español e importantísimo agente recaudatorio de la Corona y agentes económicos británicos.
La fachada marítima de la ciudad de Valencia se vio afectada, como no podía ser de otra manera, por la incontenible y lucrativa práctica del contrabando. Así, y en especial durante los siglos XVIII y XIX, se creó en el Grau, el Canyamelar, el Cabanyal y el Cap de França una tupida red delictiva, compuesta por prácticamente toda la población - autoridades civiles y militares incluidas -, implicada en mayor o menor grado por acción u omisión.
Quien desee conocer con alguna certeza la idiosincrasia de los antiguos pobladores de esos barrios – ello vale también hasta cierto punto para sus actuales descendientes – no debe olvidar nunca que una de las dos hélices que componen su ADN colectivo fue el contrabando, siendo la otra la pesca y los trabajos portuarios. Ambas se entrelazan inextricablemente al amparo de una discreta “omertá” y espíritu de grupo que generó – y genera - un rechazo más o menos disimulado a todo lo que viene de fuera, no siendo siempre homologables allí ciertos proyectos aceptables – y aceptados – en otras localidades y barrios de Valencia. Ténganlo en cuenta los asesores del político que desee sacar rédito electoral en esos pagos. Somos gente algo peculiar.
Para corroborar lo dicho nada mejor que recurrir a declaraciones de quienes han conocido - desde fuera – aquella/esta sociedad “vora mar”: Vicente Blasco Ibáñez (“Flor de Mayo”. 1895), Antonio Sanchis Pallarés (“Historia del Cabanyal. Siglo XX y un incierto futuro”. 1998) y ciertas notas de prensa del siglo XIX:
“Su mujer le había metido el proyecto en la cabeza, y él, después de pensarlo mucho, había acabado por creerlo aceptable. Se trataba de un viaje a la “costa d’afora”, a Argel; como quien dice a la pared de enfrente de aquella casa azul y mudable que tantas veces recorrían como pescadores. Nada de pescado, que no se deja coger siempre que el hombre quiere; buenos fardos de contrabando; la barca llena hasta los topes de alguilla y Flor de Mayo... ¡Rediel! ese era el negocio; mil veces lo había hecho su pobre padre. ¿Qué le parecía? Y el honradote Retor, incapaz de faltar a lo que le previniese el alguacil del pueblo o el cabo de mar, reíase como un bendito al pensar en aquel alijo de tabaco que hacía tiempo le danzaba en la cabeza, y le parecía ver ya sobre la arena los fardos de lona embreada. Como buen hijo de la costa, recordando las hazañas de sus mayores, consideraba el contrabando como la profesión más natural y honrada para un hombre aburrido de la pesca.” (“Flor de Mayo” cap. 4).
“Fuera de esto, era [el señor Mariano] un pájaro de cuenta. Había hecho el contrabando en la feliz época en que todos eran ciegos, desde la comandancia al último carabinero; todavía, si se presentaba ocasión, entraba a la parte en algún alijo”. (ibídem).
El viaje a Argel fue un éxito, los contrabandistas volvieron a la playa del Cabanyal cargados de tabaco gibraltareño. No había cuidado, pues “los carabineros del puesto más próximo estaban “untados” y vigilaban para avisar si llegaba su jefe”. El producto que el bisoño (era su primer viaje…) contrabandista percibió fueron doce mil reales que el Sr. Mariano estimó debía darle. Ya podía encargar una buena barca, convirtiéndose en amo y patrón de la misma. “La barca se llamaría Flor de Mayo, como el tabaco que fabrican en Gibraltar. Era de justicia; la barca se hacía principalmente con el dinero del alijo, y éste se componía en su mayor parte de aquellos paquetes con la alegre señorita de la falda de flores”. (“Flor de Mayo” cap. 7).
“Es sabido que en el Cabanyal se practicaba bastante el contrabando (medicinas, nylon, tabaco…). Una vez el Gobernador [Gobernador Civil de Valencia] quiso dar un escarmiento y se dirigió al Padre Gallart [Vicente Gallart Cano (1906-1967)] como hombre de confianza por si podía decirle algo. Éste le recibió en su casa y le invitó a comer, sacando a la mesa gran cantidad de alimentos prohibidos, que sólo se obtenían por contrabando. El Gobernador le preguntó que de dónde había sacado todo aquello y Gallart le respondió que en el Cabanyal todos eran contrabandistas. Ante esta respuesta, el Gobernador se marchó igual que había venido, sin poder hacer ninguna redada!” (“Historia del Cabanyal. Siglo XX y un incierto futuro”. p. 155).
“Los carrabiners que prestan lo servey en la vila del Cañamelar (Valencia) han fet la aprehensió de 49 grans fardos de tabaco de contrabando, pesant junts 2.505 kilos” (Diari Catalá. Polítich y literari. Any II nº 393, 26 de juny 1880).
“Comandancia de Valencia. Por los carabineros Pedro Sáez Córdoba y Juan Luque Albalá fueron aprehendidos el día 14 del actual, en el pueblo del Cabañal, 296 cigarros puros” (Gaceta Universal. Año VII, nº 1936. 18 de junio 1884).
“Una noticia que aparece con cierta frecuencia en los documentos [de la Fábrica de Tabacos de Valencia] y que afecta principalmente a los almacenes, son las sustracciones de tabaco… Por ejemplo, en el del Grao “situado al fondo de una placeta solitaria y con un lateral que da a una calle poco concurrida [Virgen del Puig] y es residencia habitual de contrabandistas y gente de mal vivir” (Archivo de la Fábrica de Tabacos de Valencia. Cartas de la Dirección. Años 1887-1914).
Nadie mejor para concluir este artículo que Blasco Ibáñez cuando describe el pensamiento de uno de los protagonistas de “Flor de Mayo”: “Como buen hijo de la costa, recordando las hazañas de sus mayores, consideraba el contrabando como la profesión más natural y honrada para un hombre aburrido de la pesca.”
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