La decisión de Francisco Camps de intentar recuperar la presidencia del PP valenciano constituye, a mi juicio, un error de cálculo político y personal. Camps, con todo lo que representa en la historia reciente de la Comunitat Valenciana, arrastra una mochila que hace imposible volver a presentarse como referente de renovación.
El partido debería, sin embargo, tener un gesto de reconocimiento hacia él: por los años de liderazgo, por los logros electorales y también por lo que ha soportado en los tribunales. No se trata de devolverlo a la primera línea, sino de no dejar a un lado a quien, nos guste o no, fue clave en la etapa de mayor poder institucional del PP en la autonomía.
Ese cuidado hacia ex cargos públicos y orgánicos es una asignatura pendiente. El PP, en su dinámica de pasar página, suele olvidar a quienes le dieron fuerza en décadas anteriores. Pero otra cosa es volver al pasado como si nada hubiera ocurrido.
Camps, rodeado en sus últimas apariciones por figuras menores o personajes en busca de foco, como la fotografía que ilustra este artículo tomada en Segorbe (Castellón) proyecta la imagen de un tiempo agotado. Su ciclo político terminó, y lo más responsable ahora sería aceptar esa realidad, aportar desde otro lugar y dejar que el partido construya su futuro sin hipotecas.
¿Que sería un buen candidato a la alcaldía de Valencia? Lo sería. Pero para lograrlo deberían darse muchas circunstancias, hoy por hoy imposibles, y desde luego no pasa por el pulso que le está haciendo a Carlos Mazón y la incomodidad que le está provocando a Alberto Núñez Feijóo.
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