Susana Gisbert. Hace unos días viajaba por las redes sociales una bonita historia.
Un muchacho había permanecido vestido de mujer durante las horas
lectivas en el instituto al que acudía, después, al parecer, de
haber hecho un trabajo en que se presentaba así ataviado. Al
parecer, un profesor le recriminó por su indumentaria y provocó con
ello una hermosa reacción. A instancias de otro docente, los alumnos
y alumnas se presentaron al día siguiente en el centro ataviados del
modo contrario a lo que, según las convenciones sociales,
correspondía a su sexo. Los chicos, de chica, y las chicas de chico.
Una fantástica lección de cómo responder a cualquier tipo de
discriminación de modo contundente, pacífico y sin alharacas. Me
pareció precioso.
El post donde se relataba esta historia, originariamente escrito en
Facebook, saltaba las barreras de su entorno y volaba a lomos del
pajarito azul hasta llegar a twitter, donde yo lo descubrí, con un
texto que alguien me hizo llegar afirmando, acertadamente, que si
estas cosas ocurren, aún hay esperanza. Apreciación en la que
coincido por completo, como coincidieron también muchas otras
personas con las que comparto espacio virtual. Incluso hubo quien
propuso una iniciativa semejante entre adultos, y que aparecíéramos
en día y hora fijado vestidos al contrario de lo que nuestros género
hace suponer. Una bonita idea que no descarto.
Pero si el texto nos devolvía la esperanza, hubo quien estaba
dispuesto a aguarnos la fiesta. Rápidamente surgieron listillos y
enterados varios comentando que aquello no era cierto, que era un
fake, e incluso analizando la ortografía y el estilo literario para
descartar su autoría por un profesor. A pesar de que la cuenta del
Instituto en cuestión asumía la historia y algún periódico se
hizo eco de la misma.
Y la verdad, estoy por afirmar que me importa un pimiento. Aunque no
fuera cierta –cosa de la que no tengo por qué dudar- el fondo me
parece mucho más importante que la forma. Y conseguir que se haga
viral una iniciativa de este tipo, en lugar del último tatuaje de
una estrella del fútbol o el nuevo novio de la protagonista un
reallity show, me parece poco menos que poner una pica en Flandes.
Así que me quedo con la idea y hago la ola a los chicos del
instituto, y a quienes desde la docencia les impulsaron a hacerlo y
les apoyaron. Y me reafirmo en que si la gente joven es capaz de
cosas así, aún nos queda esperanza.
Así que voy a preparar la corbata, los zapatos planos y el traje de
chaqueta. ¿Quien más se anima?
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