Julio Cervera. /EPDA
Una
sombra enigmática cubre la vida del segorbino Julio Cervera Baviera.
Nacido en Segorbe en 1854, fue ingeniero militar, explorador y
viajero incansable, pero sobre todo, un pionero de los secretos
invisibles: las ondas que transportan la voz humana. Su nombre apenas
se pronuncia en las escuelas o medios, y sin embargo,
su
historia transita entre la ciencia y el misterio, entre el ingenio y
el olvido.
A
principios del siglo XX, cuando la electricidad aún parecía un
prodigio de alquimia, Cervera consiguió lo impensable: transmitir
palabras a través del vacío, sin hilos ni cables que las
sostuvieran. Fue en 1902, entre las costas de Jávea e Ibiza, cuando
logró que la voz viajara por el mar, un avance sin precedentes en su
tiempo. Su hazaña, adelantada al mismísimo Marconi, quedó
sepultada por las circunstancias: la falta de apoyos, el peso de su
condición de militar en tiempos convulsos, y quizás también por la
incomodidad de un hombre que parecía siempre moverse en los
márgenes, demasiado visionario para ser comprendido del todo.
De
Cervera se cuentan episodios que rozan la aventura novelesca. Fue
explorador en África, recorriendo el Sahara cuando todavía era un
territorio ignoto para Europa. En sus escritos aparece el desierto
como un espacio de revelación, donde los espejismos podían
confundirse con señales de otro mundo. Como ingeniero, se adentró
en los misterios de la telegrafía y de la voz sin hilos con una
obstinación casi febril, como si persiguiera una llamada interior.
Como literato, dejó textos impregnados de una mirada inquieta, capaz
de unir la precisión del cálculo con la fascinación por lo
invisible.
Y
sin embargo, el destino le reservó un silencio prolongado. Mientras
otros nombres se alzaban como padres oficiales de la radio, el suyo
quedaba relegado a las notas al pie de página, a los archivos
polvorientos. Se podría pensar que hay algo deliberado, como si la
historia hubiera querido velar su recuerdo, dejándolo vagar entre
rumores de conspiración y descuidos deliberados.
Hoy,
al evocarlo, Julio Cervera aparece como un fantasma que se desplaza
entre dos mundos: el de los inventores reconocidos y el de los
olvidados. Sus logros, invisibles como las ondas que dominó, siguen
atravesando el aire que respiramos. Recordar a Julio Cervera es
recordar que la innovación también tiene raíces locales, y que
conocerlas nos ayuda a comprender mejor quiénes somos.
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