Susana Gisbert. /EPDA La vida sigue, y, poco a poco, Valencia va cicatrizando esa herida que el fuego abrió ese 22 de febrero que quedará por siempre en nuestra memoria. Con el corazón roto, hemos retomado aquello que nos disponíamos a celebrar cuando el destino nos golpeó duramente.
Con una semana de retraso respecto a lo que debía haber sido, la Cridà anuncia el comienzo de las Fallas. La pólvora ya llegó a las calles, con esa primera mascletá con aires de homenaje. Y la fiesta empieza, aunque ya nada será igual. No puede serlo.
En las cabezas y los corazones de todo el mundo, las víctimas mortales del incendio de Campanar y quienes lo han perdido todo. Y con ellas, el mundo fallero, demostrando una vez más que las fallas son mucho más que monumentos, pólvora y fiesta.
La desgracia nos ha dado a falleras y falleros una nueva oportunidad de demostrar la solidaridad que está en el ADN de la fiesta. En menos de nada, muchas comisiones encabezaban todo tipo de acciones humanitarias para ayudar a las víctimas. Recogidas de enseres, comida y ropa, colectas para recaudar fondos y manos, muchas manos dispuestas a hacer lo que haga falta para ayudar. Hasta el punto de que hubo que decir basta, que ya no se llevara nada más porque quienes las recogían estaban desbordados.
No hizo falta ningún llamamiento oficial, no hizo falta apelar a la generosidad de unos corazones que, aun rotos, no olvidaban a quienes nos necesitaban en esos momentos. La reacción no se hizo esperar. Como ocurre siempre que hace falta.
Serán unas fallas distintas. Las disfrutaremos, pero nada será igual. Llevaremos crespones negros en los vestidos y en el alma. Y tendremos presente lo que ha pasado, aunque la fiesta siga, porque la vida sigue.
Nunca vamos a olvidar lo ocurrido, pero Valencia y el mundo tampoco debe olvidar que las falleras y los falleros estuvimos, una vez más, a la altura, que dimos la cara y la talla antes que nadie.
Las fallas son mucho más que fiesta. Y lo demuestran cada vez que la vida nos da un bofetón, como ocurrió en la pandemia, o como ahora. Y lo continuaremos haciendo cada vez que haga falta.
Por eso, cuando, en los días que vienen, alguien se queje al encontrar calles cortadas, vallas, ruidos o multitudes en la calle, le invito a que piense en esa otra cara de nuestra fiesta que no se ve, pero sale a la luz cuando el destino nos golpea. La cara de la solidaridad fallera. Porque dentro de cada comisión, de cada casal, hay mucho más que fiesta. Y ahí seguiremos
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